Las formulas magistrales se
elaboraban diariamente en muchos casos a
costa de horas extras para que el paciente tuviera su remedio a medida y a la
hora precisa según lo dispuesto por el
galeno de turno.
Matraces, probetas, pipetas y
tubos de ensayo competían en el
autoclave con morteros, pomadas y frascos de jarabe; las lámparas de alcohol y de gas producido
con carburo en la misma rebotica nos proporcionaba la llama suficientemente intensa
para cerrar herméticamente los inyectables y una paciencia infinita nos
mantenía clavados en un taburete delante de una mesa esterelizada hasta agotar
el contenido del alambique de turno.
Todo esto era normal en aquella
farmacia salmantina allá por el año 1956/58 una más de las situadas en los alrededores
de la plaza mayor de las que se conocían
como de las de toda la vida. En los anaqueles
y perfectamente alineados una colección de
tarros con los rótulos más llamativos dejaban
muy claro que allí se trabajaba con productos naturales de las más variadas procedencias; las balanzas de precisión dispuestas en
vitrinas e inmaculadamente limpias daban fe casi notarial de la rigurosidad de
las proporciones.
Poco a poco aquellas recetas con
formulas magistrales escritas a mano fueron menguando, las grandes multinacionales farmacéuticas
extendieron su influencia en España visitando y exponiendo a médicos y enfermeras
sus elaborados, la comodidad y el cargo a la seguridad social hicieron el resto y aquellos matraces y
morteros para ungüentos y pomadas terminaron por considerarse objetos
decorativos y pasaron al desván de los recuerdos, al final la farmacia se
convirtió en una oficina dispensadora de marcas y el paciente ajeno y confiado
se limitó a tragar lo que le decían en beneficio de las grandes multinacionales
que coparon el mercado alardeando además de un derroche de medios tanto
publicitarios como promocionales que forzosamente repercutían siempre en el precio
del producto.
Aquella dinámica ha desembocado
en la situación en que nos encontramos; hemos consumido como papagayos sin
querer darnos cuenta que estábamos agotando nuestras propias reservas, el no
pagar nos daba la sensación de no costar cuando en realidad la caja común con
la que se pagaba a la multinacional de turno era la hucha generada por los
muchos años de trabajo de todos nosotros y de esa hucha se cobraron y pagamos a
los grandes monopolios sus campañas publicitarias y espíritu de grandeza.
Llegado el momento de poner orden
en nuestra salud y en nuestra cartera; déjenme ustedes que prefiera acudir a
las fuentes naturales de la medicina antes de tener que comprar el borrego con
pellica incluida y denominación de origen internacional.
LA TOMBOLA
DEL TODO GRATIS, PASEN
Y COJAN HA TERMINADO
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