El rascar de la navaja y su
característico ras...ras devolvían la
vida cada mañana a aquel viejo indomable
y terco, el espejo desesquinado y comido de viruela trataba de recomponer una
cara partida en tantos pedazos como el cristal padecía pero que se movían al
unísono cuando la navaja negra y gastada se deslizaba por aquella cara surcada
de arrugas con tajos profundos como
simas o los angostos desfiladeros que encallejonaban su apéndice nasal, la
piedra de alumbre sellaba algún que otro desaguisado y casi se diría que el
propio interesado los disfrutaba
experimentando con el escozor el estar
vivo.
El portalón de la casa que
siempre estuvo franca para todo el mundo pasaba ahora las noches atrancado con
falleras y goznes renovados, su
marco preferido durante años para saludar al nuevo día se había visto
alterado por las ruidosas maquinas de las obras vecinas de las que incluso
alguna esquinera de su casa había recibido más de un picotazo llegando a poner
en peligro el alfeizar con el escudo del que tan orgulloso se sentía.
El pueblo había desaparecido, los
mas al olor del dinero otros habían
vendido sus propiedades a precio de saldo acuciados por los bancos y el resto
habían sucumbido bajo la prepotencia y
los métodos de la gran multinacional que manejaba los hilos de todo tan
diestramente que había conseguido anular el derecho a decidir de los vecinos
cambiando las reglas del juego a su voluntad.
Los caciques ante la competencia
de otras demarcaciones habían dispuestos leyes y decretos especiales para
facilitarles el asentamiento vendiendo en el lote las costumbres, tradiciones y banderas tan arduamente defendidas desde aquella casa
ahora repleta de anaqueles donde se almacenaban fotos, recuerdos, estandartes y
recortes de prensa donde se ponía de
manifiesto la profanación de promesas y
juramentos por parte de los políticos de turno.
Aquella mañana una gran pancarta ponía fondo a
su horizonte la multinacional del juego exhibía sus triunfos poniendo cara y
ojos a tanto despropósito la vista
pareció enturbiársele y un rápido
desvanecimiento lo obligó a refugiarse en el banzo de la entrada donde su
cuerpo esperó la noche mientras su espíritu indomable siempre trataba por todos
los medios de arrastrarlo hacia el interior balbuceando palabras inconexas que
hablaban de traiciones y egoísmos.
La casa de las piedras de alumbre
sigue en pié pero ahora como Toteen y reclamo turístico; la tradición dice que
perteneció al último aborigen de una región que se llamó España cuyos
habitantes guiados por las leyes de un
barbado D. Quijote sucumbió en uno de sus desvaríos vendiendo su alma al diablo
y pagando con trozos de aquella ínsula llamada España a los usureros que se coaligaron contra ella
hasta hundirla en la miseria, dice también la historia que el resto de los
vecinos que se resistieron fueron vendidos y obligados por el hambre y la
miseria aceptaron ser deportados a otros países donde trabajarían a cambio de
cama y comida.
LA PIEDRA DE ALUMBRE QUEDÓ PROHIBIDA POR SER
ALUCINOGENA Y GENERAR
ADICCIÓN
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