miércoles, 15 de agosto de 2012

EL CUARTO DE LAS GARRAFAS


Dormir en el cuarto de las garrafas en aquella casa tan enorme significaba ser el último “mohicano”, el olor a ginebra, anises  y vermut daban a la estancia un aire diferenciador que no siendo desagradable permitía distinguir perfectamente la ubicación de aquel depósito de enseres destartalados y alcoholes a granel.

La cama turca en uno de los rincones de aquella habitación era testigo cada mañana de la precipitación que el timbrazo de las siete ponía en marcha la maquinaria del Plus Ultra, vestir peinar y arrear era todo uno por cuanto la puerta metálica del establecimiento debía abrirse con puntualidad inglesa, después venia el recorrido:  entre otras cosas estropajo de esparto y jabón casero en mano  frotar cada una de las muchas mesas mármol del establecimiento hasta conseguir el blanco inmaculado que las partidas del día anterior habían profanado.

Así comenzaba el día de cualquier aprendiz de nada y proyecto de poco de los años cincuenta. El resto de la calle era más perezosa, los aprendices, mancebos  y dependientes de las tiendas de los alrededores esperaban con las campanadas de las nueve la aparición de sus jefes, el sonido metálico de las persianas parecía ponerse de acuerdo para saludar al nuevo día iniciando a continuación una danza de batas y  guardapolvos que convertían aquella zona de la calle Concejo en el mejor de los escenarios zarzueleros que se le hubiera ocurrido al maestro Bretón;  los  plumeros y escobas cual cetros y báculos sagrados cumplían con el deber de dar brillo y esplendor a las tiendas y fachadas compitiendo entre sí en el bruñido del cobre de sus portadas y el esmerilando del cristal de los escaparates.

Éramos todos chavales muy jóvenes, demasiado jóvenes según la ley para comenzar a trabajar, carne de cañón sometida a los vaivenes de de la vida a la que hubo que echarle un pulso constante por conseguir hacer realidad el cada vez más alejado espejismo del futuro.

Ahora visitando mi tierra he podido conectar con alguno de aquellos compañeros, en todos las mismas preguntas: ¿Qué hemos hecho mal para que ni siquiera ahora podamos ver el futuro con tranquilidad? ¿Tan malos gestores hemos tenido para que nuestro esfuerzo no merezca al menos una más tranquila recompensa?

SER BUENOS Y HUMILDES NOS DECIAN, LO MALO ES QUE LES HICIMOS CASO 

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona