domingo, 9 de abril de 2017

LA AVENTURA DEL DOCTOR LINOS

(Apuntes de semana santa para una autobiografía)

Venía a casa cada semana, era su andar un abrigo con piernas prestadas que pareciera mas tenderete en perchero de escolapio misacantano que natural con hombre dentro, su sombrero siempre negro precedía a su marcha como ariete contra castillo sarraceno, el inclinar de su cabeza hacia presentir que un fallo en el equilibrio haría rodar por tierra aquella celada de fieltro tan incrustada que con ella había de reconvenir su cabeza. Mi mañana del lunes se dividía en dos partes cual hogaza de pan en estraperlo, la visita del doctor Linos marcaba siempre las doce sin necesidad de mirar el reloj, y después de su visita que yo sufría calculando el reguero de inyecciones que me esperaban para el resto de la semana, y es que las ampollas de Cetavión escocían más que zorrastrón de saca ajena. La puesta en escena era sufrir una serie de ritos que pareciera estudiados para que el verdugo-practicante se recreara en el tormento,  el maletín de cuero repleto de cachivaches, la cajita de acero dispuesta para hervir las jeringuillas,  las posibles dos a tres agujas de recambio chocando entre sí cual leznas de zapatero y el trajín metálico que llegaba hasta mi cama alargaba la angustia durante varios minutos, en su momento mordías la almohada con la idea de que ante lo inevitable aquello durase lo menos posible, el frio del alcohol al desinfectar la zona elegida y la espera del rejonazo hacían interminable aquel suplicio que  cuando al fin se hundía en tus carnes, parecía escupir aquel estoque ahogando en el almohadón tu imposible defensa.

El Tifus había aparecido en Salamanca y yo para no ser menos había agarrado el mío quedándome el conmigo casi en propiedad, altísimas fiebres, aislamiento general y paños de agua fría para bajar la temperatura, el rayo de luz que entraba a través de la ventana me hería en los ojos, mis amigos a los que escuchaba jugando en la calle eran mi envidia, las noches en delirio constante y un sudor que empapaba la cama fueron mis compañeros de habitación durante muchos meses. Las inyecciones diarias me tenían el culo como un alfiletero y los jarabes Ceregumil a base de hígado de bacalao y Calcigenol  eran degustaciones obligadas.

 Al fin llegó el verano y ahí estaba yo aprendiendo casi a andar con tres o cuatro años, en la puerta de la calle quietecito con abrigo y bufanda tomando el sol intentando recuperar color, calor y vitaminas,  pero el doctor Linos seguía viniendo lacónico imperturbable siempre con abrigo, siempre con sombrero, las inyecciones se fueron espaciando pero el Calcigenol y el Frasco de hígado de bacalao  con aquel marino de barba blanca y timón entre las manos nunca faltaron en aquella casa, de lo que nunca estuvimos seguros es si realmente me seguía haciendo falta aquel medicamento o si las visitas y su correspondiente receta se debían al puro habano que mi padre siempre le tenía reservado.

Tardé mucho tiempo en poder ver una procesión cada nazareno era para mí el doctor Linos, la imagen de un Cristo sangrante me obligó a preguntar si también él había padecido Tifus.

VITOLA DE PURO AJENO O MUCHO TE QUIERE O MANDA AL GALENO


1 comentario:

  1. Que recuerdos! Me haces retroceder mucho atrás tendría para un relato paralelo por mi estancia en casa de los tios pero es el tuyo.Un abrazo

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona