Hay descerebrados que nos querrían ver colgados y hay
colgados que son también unos descerebrados, la calma tensa con que se está
viviendo el proceso independentista en Cataluña no admite ambigüedades, querer
mantener una actitud neutral en según en qué ambientes es un insulto para unos
y una cobardía para otros, poner en valor tu opinión es entornar cancelas que siempre
tuviste abiertas, en mi caso publicar en el boletín del casal del barrio un
llamamiento al respeto y a favor de la
buena armonía ha puesto fielato en algunas puertas y más de uno se ha permitido
interpelarme a voz en grito para que coja
la maleta entre los dientes y abandone Cataluña.
No es fácil el momento, esta calma chicha barrunta nubarrones
más serios, hablar en la calle comienza siempre por tener que definirte en qué
lado de la barricada estas, no estarlo
en la suya te hace cómplice de la retahíla de desafueros que según ellos España
está cometiendo contra los héroes que sufren cárcel o están en el extranjero “solo”
por ser catalanes. Cuando hace unas semanas celebrábamos la festividad de
nuestra patrona Santa Teresa, la falta de muchos de nuestros paisanos habituales
fue más que notoria, quizá barajaron el miedo a un posible altercado o evitar verse
envueltos en alguna provocación pero no es menos cierto que
el significarse delante de sus vecinos ha paralizado a más de uno. Llegados a
este extremo cabe preguntarse cómo puede
ser que una generación que ha contribuido al desarrollo de esta Cataluña tema enfrentarse
a aquellos por los que luchó y ayudó a auparse a un futuro más prometedor, como
es posible que las propias familias que se crearon entonces estén divididas por
unas ideas irrealizables y el no compartirlas te hagan sentir como si fueras su
enemigo. Mientras tanto miras de reojo la prensa castellana y se te cae el alma
al suelo cuando te enteras que en un solo trimestre más de seiscientos salamantinos de menos de treinta años abandonaron su
tierra en busca de trabajo.
CUANDO ALGUIEN GRITA TUS LAGRIMAS NO ALIVIAN
SU GARGANTA
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