sábado, 9 de junio de 2018

LA SALAMANCA DE AMENÁBAR (Parte II- toma I)


Son las siete de la mañana, los barrenderos riegan con mimo la plaza mayor  arrastrando con el agua los restos de la jornada, los rayos de sol que asoman tímidos entre las buhardillas acristalan el suelo a cuyo reflejo la plaza quiere mirarse a sí misma, mientras las viejas camionetas de los repartidores ponen voz al recinto profanando su  silencio y acompañados por  el tintineo de los envases y cajas de madera encuentren eco en la soledad inmensa de la plaza, por sus  gritos y órdenes algunos de los trabajadores son reconocidos por las chicas de servicio que nerviosas cruzan entre los arcos apremiadas con el paquetito de la churrería para el desayuno de los señores, a esa hora los escasos transeúntes que se espabilan dando bocados al sueño dejan su pereza prendida en el perchero de la vieja piedra de Villamayor cuando engrosan los pequeños  grupos de dependientes de comercio que espera hasta ser engullidos por la boca entre abierta de las persianas de sus establecimientos, al desaparecer en su interior dejan fuera a  más de un trasnochador que se aleja a paso de procesión camino del Corrillo para dormir su deshora.  

En un portal próximo al arco de la calle concejo, Plaza “El quiosquero” tiende sus cuerdas y sujeta con pinzas los últimos tebeos donde el Guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, la familia Ulises y  El Capitán Trueno disputan su protagonismo, al lado la ferretería de Arsenio ofrece cobres, alacenas, trébedes, cuchillos, canastos  y romanas de varios tamaños en los escaparates estandarizados desde su inauguración, enfrente  en el bar Plus Ultra limpian a golpe de estropajo de esparto y cantón de jabón Lagarto las mesas de mármol que los parroquianos utilizaron como pizarra el día anterior, mientras  El Valenciano con su carrito de helados toma posiciones junto al buzón de correos debajo mismo del arco que une la calle con la plaza mayor.

En la misma calle al lado del casino la fachada de los almacenes siglo XX especializados en artículos religiosos,  es sacudida a golpe de zorro por los dos mancebos del establecimiento que con bata gris y a bordo de una enclenque escalera se afanan en la limpieza de los repujados entresijos de madera, no así en la esquina de enfrente con la plaza de la libertad donde la repulgada farmacia de García Isidro adorna sus puertas con espléndidos y dorados tiradores de cobre que son bruñidos por la limpiadora de turno, en medio de la calle la maquinita de tren tostadora de pipas y garbanzos a sentado sus reales llevando como hiniestas banderillas los cucuruchos de papel de periódico con los que servirá su mercancía, mientras en el  antiguo Plus Ultra les ha dado tiempo para extender su terraza en un estrepitoso trajín de mesas y sillas metálicas favorecido por el loco adoquinado multiplicador de resonancias. 

Parte II (Toma II)

Las chicas de la academia de máquinas de coser irrumpen en la escena, la situación de su centro de trabajo en el rincón que hace la calle antes de desembocar en la plaza las hace visibles desde el exterior cosa que no parece importarles y soportan con estoicismo, en la calle hay trajín de amas de casa hiendo y viniendo del mercado, sus cestos de rafia las delata y también sus ganas de demostrar opulencia cuando asoman la compra por el borde de su cesta, las hay que se acompañan de su doncella para asegurarse el buen gobierno de la casa y una de ellas hoy tropezó  con la bicicleta que el repartidor de leche dejó apoyada en un bolardo cuando este presuroso y enérgico carga con sus cántaras metálicas y relucientes avivado por un reparto contra el tiempo para que la leche pueda ser hervida antes de agriarse.

Dos monjas pasan raudo con sus tocas almidonadas rebanando la calle  dejando tras de sí la sensación de mear en sagrado, algunos soldados con uniformes descabalados caminan tras ellas mosquetón al hombro a las órdenes de un cabo chusquero que los mantiene a raya mientras pasan delante de las mesas de la terraza del “Plus” donde en un grupito  de extranjeros  una de las chicas enciende su cigarrillo. La calle a partir de ese punto de la mañana es un trajín constante hacia la plaza mayor, el barquillero con su ruleta al hombro se ha instalado muy cerca de la tienda de “Modas Viñuela” que tras la última reforma incorporó unas puertas de cristal tan modernas que más de un cliente estampa en ellas sus narices, la planchadora que hace la entrega de prendas almidonadas a domicilio con su enorme cesta de mimbre a la cadera  discute por la estrechez de paso del portal y la forma en que Rivas ha instalado su chiringuito y unos paisanos que llegan del pueblo cargados de bártulos preguntan por la pensión “La Macarena” situada en el segundo piso, en ese momento una voz solista que retumba en el entorno entona el fragmento de la salida de Juan de la zarzuela “Los Gavilanes” la calle enmudece mientras la gente se asoma a los balcones y desde el que corresponde a Publicidad Arenas alguien asegura  reconocer la voz de Manolo “El Cantares”.
Silencio se rueda…..

 EL MAESTRO BRETÓN CONFUNDIÓ LA CALLE DE SU ZARZUELA


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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona