Son las siete de la mañana, los barrenderos riegan con mimo
la plaza mayor arrastrando con el agua los
restos de la jornada, los rayos de sol que asoman tímidos entre las buhardillas
acristalan el suelo a cuyo reflejo la plaza quiere mirarse a sí misma, mientras
las viejas camionetas de los repartidores ponen voz al recinto profanando su silencio y acompañados por el tintineo de los envases y cajas de madera encuentren
eco en la soledad inmensa de la plaza, por sus gritos y órdenes algunos de los trabajadores son
reconocidos por las chicas de servicio que nerviosas cruzan entre los arcos apremiadas
con el paquetito de la churrería para el desayuno de los señores, a esa hora
los escasos transeúntes que se espabilan dando bocados al sueño dejan su pereza
prendida en el perchero de la vieja piedra de Villamayor cuando engrosan los pequeños grupos de dependientes de comercio que espera
hasta ser engullidos por la boca entre abierta de las persianas de sus
establecimientos, al desaparecer en su interior dejan fuera a más de un trasnochador que se aleja a paso de
procesión camino del Corrillo para dormir su deshora.
En un portal próximo al arco de la calle concejo, Plaza “El quiosquero”
tiende sus cuerdas y sujeta con pinzas los últimos tebeos donde el Guerrero del
antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, la familia Ulises y El Capitán Trueno disputan su protagonismo, al
lado la ferretería de Arsenio ofrece cobres, alacenas, trébedes, cuchillos,
canastos y romanas de varios tamaños en
los escaparates estandarizados desde su inauguración, enfrente en el bar Plus Ultra limpian a golpe de
estropajo de esparto y cantón de jabón Lagarto las mesas de mármol que los
parroquianos utilizaron como pizarra el día anterior, mientras El Valenciano con su carrito de helados toma
posiciones junto al buzón de correos debajo mismo del arco que une la calle con
la plaza mayor.
En la misma calle al lado del casino la fachada de los
almacenes siglo XX especializados en artículos religiosos, es sacudida a golpe de zorro por los dos mancebos
del establecimiento que con bata gris y a bordo de una enclenque escalera se
afanan en la limpieza de los repujados entresijos de madera, no así en la
esquina de enfrente con la plaza de la libertad donde la repulgada farmacia de
García Isidro adorna sus puertas con espléndidos y dorados tiradores de cobre
que son bruñidos por la limpiadora de turno, en medio de la calle la maquinita
de tren tostadora de pipas y garbanzos a sentado sus reales llevando como hiniestas
banderillas los cucuruchos de papel de periódico con los que servirá su
mercancía, mientras en el antiguo Plus
Ultra les ha dado tiempo para extender su terraza en un estrepitoso trajín de
mesas y sillas metálicas favorecido por el loco adoquinado multiplicador de
resonancias.
Parte II (Toma II)
Las chicas de la academia de máquinas de coser irrumpen en la
escena, la situación de su centro de trabajo en el rincón que hace la calle antes
de desembocar en la plaza las hace visibles desde el exterior cosa que no
parece importarles y soportan con estoicismo, en la calle hay trajín de amas de
casa hiendo y viniendo del mercado, sus cestos de rafia las delata y también
sus ganas de demostrar opulencia cuando asoman la compra por el borde de su
cesta, las hay que se acompañan de su doncella para asegurarse el buen gobierno
de la casa y una de ellas hoy tropezó con
la bicicleta que el repartidor de leche dejó apoyada en un bolardo cuando este presuroso
y enérgico carga con sus cántaras metálicas y relucientes avivado por un reparto
contra el tiempo para que la leche pueda
ser hervida antes de agriarse.
Dos monjas pasan raudo con sus tocas almidonadas rebanando la
calle dejando tras de sí la sensación de
mear en sagrado, algunos soldados con uniformes descabalados caminan tras ellas
mosquetón al hombro a las órdenes de un cabo chusquero que los mantiene a raya
mientras pasan delante de las mesas de la terraza del “Plus” donde en un
grupito de extranjeros una de las chicas enciende su cigarrillo. La
calle a partir de ese punto de la mañana es un trajín constante hacia la plaza
mayor, el barquillero con su ruleta al hombro se ha instalado muy cerca de la
tienda de “Modas Viñuela” que tras la última reforma incorporó unas puertas de
cristal tan modernas que más de un cliente estampa en ellas sus narices, la
planchadora que hace la entrega de prendas almidonadas a domicilio con su enorme
cesta de mimbre a la cadera discute por
la estrechez de paso del portal y la forma en que Rivas ha instalado su
chiringuito y unos paisanos que llegan del pueblo cargados de bártulos preguntan
por la pensión “La Macarena” situada en el segundo piso, en ese momento una voz
solista que retumba en el entorno entona el fragmento de la salida de Juan de
la zarzuela “Los Gavilanes” la calle enmudece mientras la gente se asoma a los
balcones y desde el que corresponde a Publicidad Arenas alguien asegura reconocer la voz de Manolo “El Cantares”.
Silencio se rueda…..
EL MAESTRO BRETÓN CONFUNDIÓ LA CALLE DE SU
ZARZUELA
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tiene a su disposición este espacio para sus comentarios y opiniones. Sea respetuoso con los demás