Llegando a cierta edad nuestro entorno se autoproclama critico
del cuadro de nuestra vida, hay invitados que se permiten la libertad de
interpretar tu trabajo sin conocer sus orígenes aun cuando los propios
protagonistas tienen opiniones
contrarias al haberse incorporado a la
escena en momentos muy distintos de nuestra obra, los hay críticos que solo resaltan
las sombras y buscan los contrastes amparándose en juegos de espejos y tornasoles
artificiales, también los hay eufóricos que solo quieren ver en el lienzo una cara
olvidando los encuadres mas ásperos y los menos favorecidos que determinaron en
algún momento la perspectiva distorsionadora.
Y es que resultado está a la vista de todos, las pinceladas
están secas y son ya inalterables, podemos justificar una sombra o aclarar
algún contra luz pero no nos es dado rehacer
nuestra obra, admitirla y firmarla es obligado, a partir de ahí nos convertimos
en meros espectadores. No vale ya preguntarte si la composición fue vocacional o
circunstancial solo se juzga el resultado, tampoco si tu expediente es
académico o autodidacta, te conformas cuando
admiten que el conjunto está trabajado y valoran las circunstancias en que se compuso, a partir
de ahí solo te queda observar, si tu obra la sitúan en lugar preferente puedes
estar contento, si la relegan al tratero de la plancha o simplemente la dejan
sin encuadrar es que el resultado no ha sido bien entendido o mal interpretado
y si para tu mal solo esperan la defenestración de su autor para criticarla,
date por...suspendido. Nadie comprenderá que en la vida hay quien no pintó lo
que quiso y se vio obligado a vender su trabajo para poder salir adelante.
CUANDO
EL CUADRO DE NUESTRA VIDA SALE A SUBASTA
NADIE SE FIJA EN EL BASTIDOR QUE LO
SUSTENTA.
J. Hernández
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