Ataviado con gorrilla campera, ni alto ni bajo, tampoco
grueso, voz de monaguillo, pelo canoso y
vestimenta gris, se asomó con curiosidad al taller de pintura, no es la primera
vez que lo hace, se interesa por pinturas de caballos, le escuchamos, quiere
una cabeza de caballo con un lunar blanco en la frente igual a la que tenía su Lucero,
aquel caballo famélico y depauperado que le regalaron cuando el tenia tan solo
nueve años. Afinamos el oído con
atención, el regalo del que nos habla fue en el año treinta y nueve justo al
terminar la guerra civil española, calculamos la edad de nuestro amigo, está a
punto de cumplir noventa años, los hará en
Enero del año que viene, el recuerda a su Lucero al que cuidó y recuperó hasta
convertirlo en un flamante semental, el mismo que transportaba los aperos de un
ejército en retirada que al tomar el tren en la estación de su pueblo regalaron
al chaval que les acompañaba por que el caballo ya no servía para nada.
Rafael a sus casi noventa años no ha
perdido su interés por seguir aprendiendo, mientras nos cuenta su historia está
esperando la hora para entrar en el
taller de informática, me cuenta que también tiene aprobados tres cursos de
catalán en la escuela oficial, que su vida no fue fácil, que hizo la mili en
Tetuán, que durante la guerra cobijaron en su casa a familias que escapaban de primera línea del frente,
que fueron nueve hermanos y que él llegó a Barcelona porque en la mili conoció
a unos chavales de Cataluña y tanto ponderaron su tierra que decidió venir para
conocerla. Observo a nuestro hombre mientras habla, sus ojillos apergaminados y
chispeantes protegidos por blancas persianas me dicen que vieron más de lo que
cuenta, que noventa años atrás la vida no era un regalo y que detrás de esos ojos hay aún muchas
ganas de vivir. Rafael sigue insistiendo en su cabeza de caballo quiere una y
admite con decisión que si no es pintada la va realizar en arcilla con sus
propias manos en el taller de cerámica pero no quiere estar solo, necesita
compañía para tener con quien charlar, explica que de pequeño ya se hacia sus
propios juguetes y que trabajar la arcilla no tiene secretos para él, me he
ofrecido para acompañarle en esta nueva singladura artística, sin decirle que por
escucharle pagaría dinero y por acompañarle me matricularía en su curso de vida,
no siempre la historia real está en los libros y hay libros que se pierden sin
ser escritos.
LA HISTORIA NO SIEMPRE ESTÁ
ESCRITA EN PAPEL
J. Hernández
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