lunes, 15 de abril de 2019

VIERNES SANTO EN PAMPEIRA


El pueblo de calles empinadas es perfecto para una penitencia voluntaria a la que algunos se apuntaron sin haber valorado antes sus consecuencias, fijar los pies en un empedrado irregular no es tarea fácil si además hay salvar el meandro de agua helada que discurre por el centro de la calle, pero una vez comprometido como costalero del  santo sepulcro no hay prerrogativas, apretar los dientes y tirar para arriba es la única solución. Las primeras estaciones se aguantan sin dificultad e incluso con gallardía legionaria, más adelante no lo son tanto y ya no es difícil escuchar entre dientes alguna jaculatoria impropia de una procesión cuando alguien mete los pies en el agua, el calzado se achanca, los pies parecen cortados por una sierra y todos rezan por que la procesión continúe, el calvario queda lejos, las caídas de Jesús  son recordadas y salmodiadas,  el paso es lento, las catorce estaciones se hacen interminables cada rezo es una flagelación en el propio cuerpo y cada caída se vive como definitiva,  los pies congelados no responden haciendo que el sepulcro parezca un estaribel a punto de venirse abajo,  cuando al fin termina el vía crucis la sensación de alivio es elocuente, las lagrimas afloran y los abrazos sellan el final del encuentro.

Friccionándose los pies  para recuperar la circulación alguno comenta que ofrecerse voluntario para portar el santo sepulcro sin conocer la dificultad del itinerario ha sido una insensatez y dejarse convencer por aquello de la tradición tampoco parece el mejor de los consuelos. El interfecto aguanta como puede las “jaculatorias” de sus compañeros mientras afirma con determinación que no ha sido para tanto, los hombros escocidos y amoratados no admiten abrazos de confraternización, al risa nerviosa se apodera de los presentes y mientras se procuran calzado de recambio, todos reconocen la emotividad irrepetible de los momentos vividos y más de uno asegura haberse reconvertido después de lo sucedido.

Ese año el pueblo celebró su procesión cuando todo parecía estar en contra, los argumentos que esgrimió Pepe en el bar del pueblo consiguieron  arrancar de la barra los costaleros necesarios, más de uno sigue pensando cómo pudo ser que habiendo estado muchos años sin pisar una iglesia se viera metido en semejante berenjenal. ¡Los milagros existen!

PARIHUELAS Y SEMANA SANTA, TORRIJAS, TAMBOR Y MANTA
                                                                                     J. Hernández


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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona