Nadie contará la historia del niño que corrió para no
encontrarse, la del adolescente que quiso descorrer la cortina del tiempo para
saltar a la otra parte de la vida donde amanecieran los días de sol sin nubes
de las que esconderse y donde valer no dependiera del pedigrí ni de una tarjeta.
Hoy la vida de aquel niño ha quedado sellada como final de sus memorias.
Salamanca lo vio corretear por sus calles, un niño como
tantos de los que en los años sesenta aportaron su esfuerzo a la unidad
familiar, la tienda del vecino, la jornada en el almacén, trabajos
esporádicos, trabajos mal pagados que jalonaron
el currículo imaginario de la juventud en una ciudad que crecía con el viento a
favor del franquismo y misa de doce, que marcaba a los perdedores con educación
de segunda mano e impedían el acceso a las universidades estableciendo una
bolsa de maravedíes al alcance de muy pocos. Hoy cuando quedaba definitivamente lejos de su tierra
dejando tras de sÍ una familia adorable, cientos de amigos y sobre todo la
memoria de un luchador por los derechos de los trabajadores traté de imaginar
si aquel niño anónimo al que nadie dio oportunidades en su tierra hubiera
podido conseguir en ella los mismos logros y la trayectoria personal que aquí
nos deja.
Salamanca no le llora, Salamanca sigue perdiendo población,
toda Castilla y León sigue perdiendo población, a nadie parece importarle, el
salmantino vive bien, el castellano leonés vive tranquilo, solo protesta porque
a otras comunidades les va mejor mientras llena de piedras bolsillos ajenos para que las
comparaciones no puedan con sus
argumentos.
Nadie contará su historia, nadie contará las mil historias de
cuantos salimos de nuestra tierra en busca de oportunidades, solo cuando la ola
del independentismo parece agitarse alguien nos recuerda que somos hijos de
otra madre a la cual nos debemos y nunca debemos defraudar, de esa madre que
nos despidió para que dejáramos un hueco más en la mesa y unos monos azules
menos a los que habría que contener en caso de una hipotética barricada.
Nadie contará tu historia, quizá ni tus hijos sepan la
verdadera historia, pero hoy cuando el yeso sellaba tu último capítulo lejos de
nuestra tierra yo mentalmente no me atreví a escoger la bandera más apropiada
con que hubieras querido ser arropado.
CRUCES DE CEMENTERIO:
TACHADURAS EN LAS LISTAS DE LA VIDA
J. Hernández
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