El verano no tiene prisa, las conversaciones en el trayecto
del ascensor ya no se circunscriben a hablar del tiempo ahora se habla de
vacaciones, el moreno de piel a base de
zanahorias y el vestidito tan col comprado en las Bahamas. Hay tertulias en el autobús, en el consultorio médico, en las paradas del
mercado y hasta en la cola de la cajera de la gran superficie, tertulias que
hablan de perros, enfermedades y
remedios caseros contra los medicamentos tradicionales. Son tertulias de aire
acondicionado donde los parroquianos no dudan en hablarse en voz alta y móvil
por medio con tal de alargar el tiempo de consumición y para más inri se hace
también tertulia en los velatorios y en la sala de espera de los hospitales, la
tertulia no deja de ser el reflejo de una solana pueblerina a la inversa donde
tomar el sol era una excusa para cortar trajes a medida y la silla de bayón la manera de asegurarse un
lugar preferente a favor de la rotación del sol.
Pero nada como esa tertulia presencial en la farmacia donde un
grupo de octogenarios clientes habituales esperan ser atendidos, el chorro del
aire acondicionado los mantenía congregados a su alrededor y más felices que en
Benidorm con pajaritos de Mª Jesús incluidos. La espera sin prisa daba preferencia una y otra vez a los recién
llegados, su conversación reafirmada con golpes de bastón en el suelo
adquiría momentos épicos, el tema del
vecino ahora fallecido les tenía indignados, un hombre decían agrio de carácter,
falto de entendederas, con deudas a la
comunidad, soez con las mujeres y sucio por
dejadez les hacia subir el tono y les enardecía más y más a medida que los
argumentos resurgían en su contra, todos coincidían y reafirmaban a golpe de
bastón que les esperara en el mas allá muchos años. El grupito que holgadamente había pasado de los
ochenta ponía tal énfasis en sus apreciaciones que mas pareciera debate de
cortes o duelo de justas en época medieval, los bastones se levantaban, los
contrarios enarbolaban sus muletas y hasta una señora más bajita intentaba igualarse a los demás dando saltitos para
hacerse oír, el tono iba en aumento, el tema se iba alargando, la farmacia no
muy amplia veía entorpecido su trabajo y ya por deshacer el nudo que habían
formado ya por hastío de tanta verborrea ocupando su espacio útil o ya por que
al conocerlos entendió que era el momento, el mancebo puso voz ronca y sonora al
máximo de decibelios y gritó: ¿Quien es
el siguiente?.
El grupo dio un respingo, los bastones saltaron como por
ensalmo, las muletas dejaron de hacer falta para salir escapando, los
improperios contra el vecino cesaron para pasar a las jaculatorias y más de uno
trastabilló dando de narices contra la puerta de cristal maldiciendo el momento
en que alguien las había puesto allí.
Al final recompuestas las composturas el más decidido de
nombre “Pedro” intentó hacer comprender al farmacéutico que preguntar a un
grupo de vecinos tan mayores quien sería el siguiente de la lista no les hacía
ninguna gracia, la carcajada fue general y aun así la mayoría seguía afirmando que el difunto estaba bien
donde estaba.
EL RELOJ DE LA VIDA NO TIENE PILA DE
REPUESTO
J. Hernández
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