Andar pajaril, paso corto, pico abierto, bastón compartido y ausencia de conversación,
así recorrían su camino gastando las poquitas fuerzas que salían de sus
pulmones, nuestra pareja menuda de carnes y blanca de tez se paraba en cada
esquina midiendo con la vista el tramo que les quedaba hasta la próxima sombra,
visten traje holgado sombrero de fieltro y pamelita de rafia, ya en el último
tramo sus ansias por llegar les hicieron desistir de tomar precauciones y bajo un sol de
chicharra caminan todo lo deprisa que sus piernas les permiten.
Han cruzado la cancela del supermercado, apoyados en la pared
recomponen su atuendo, respiran hondo, lograron el premio del aire
acondicionado, se encaminan más sosegados hacia la fila de los carritos
desclavando el más próximo con la moneda de cincuenta céntimos y emparejados comienzan el recorrido por los
pasillos entre estanterías repletas de tentaciones.
Me he cruzado con ellos en la sección de pescados, no tienen
prisa han ido y han vuelto en varias ocasiones, en su carrito unas piezas de
fruta algunas galletas y se supone que por fin algo de pescado, quiero cederles
mi turno pero se niegan en redondo. Entablamos una fútil conversación donde el
tiempo y el calor son los protagonistas, no tardan en decirme que ellos son
clientes habituales del establecimiento
al que acuden cada mañana, que el personal ya los conoce y los trata con
amabilidad, que en su piso el calor es asfixiante, que por la tarde solían
acudir a una cafetería del barrio a
pasar el rato tomándose un cafetito pero que las últimas veces les pusieron
mala cara y ahora han buscado consuelo en un local social donde también hay
aire acondicionado, maldicen el verano porque están solos, sus amigos machan con los hijos y su centro
de Gen Gran cierra por vacaciones.
Cuando los dejo me invade
una cierta angustia, los veo
solos, frágiles náufragos en medio de una tormenta sin más refugio que la
palmera del aire acondicionado prestada que ellos se ganan conquistando islas
de supermercado, como final me dicen que el calor pueden combatirlo, pero temen
mas al invierno ya que su casa es una nevera y salir a la calle con mal tiempo es
un peligro, comentan como avergonzados que hace mas de dos años solicitaron una
ayuda para acondicionar su piso o la posibilidad de ingresar en una residencia (digna)
los dos juntos, pero todo el mundo les da largas argumentando la falta de
presupuestos, mientras los políticos siguen viviendo de la sopa boba y se
gastan un dineral en atender refugiados.
EL CALOR DEL FRIO ES MAS FRIO POR LA AUSENCIA
DE OTRO CALOR
J. Hernández
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