Es mi vecina y amiga: siempre sonriente, limpia, repintada y alegre la que me ha parado en la
esquina del paseo cerca de casa, ya a distancia su sonrisa anuncia que está
contenta de verme, es la primera vez que nos encontramos este año y grita mi
nombre mientras abre los brazos para cerrarlos con fuerza a mi espalda
deseándome un año nuevo dichoso y feliz. Me aprieta con fuerza y terminamos
agarrados de la mano durante unos minutos mientras nos ponemos al día contando nuestras últimas peripecias y
centrándonos al fin en mi pirueta cardiológica, salvado el estupor hace suya mi
dolencia y no duda en darme ánimos advirtiéndome de que la vida hay que vivirla
con intensidad y cuente con ella para lo que fuera necesario, le advierto
riendo que podemos hacer una carrera y le daría ventaja porque con la nueva
propulsión ahora soy imbatible.
Reímos con ganas
cuando le digo que subo las cuestas frenando y que la marcha atrás aún
no la tengo dominada pero que no tardaré en encontrarla, que lo que llevo peor
es la falta de embrague porque el motor que me han puesto es automático y no
tiene pedales, reímos también cuando le digo que he solicitado la pegatina
anticontaminante para ponérmela en la solapa de lo contrario solo me permitirían
circular por la noche y los fines de semana y que como mi motor no hace ruido
tengo que llevar claxon para pedir paso, nos preguntamos por hijos y nietos y
nos felicitamos por tener una familia cariñosa y siempre dispuesta para
hacernos la vida más fácil, ella ríe y ríe como siempre llegado casi a la
carcajada de la que se reprime para no llamar la atención.
Hace muchos años que nos conocemos, se quedó viuda hace tiempo
pero eso no perturbó sus ganas de vivir, necesitó muletas durante años y eso
tampoco borró la sonrisa de su cara, necesitó ayuda para salir a la calle pero
ella no dejó de arreglarse como si tuviera que asistir a un acto social, nunca
la oí quejarse, su espíritu luchador es contagioso y cualquier signo de
conmiseración es rechazado con la defensa de su sonrisa y cuando me dice que las
adversidades son la venas de la superación me veo obligado a volver la cara
para no descolocarme.
Al despedirnos y mientras la veo alejarse en su silla de
ruedas pienso si ella es consciente del ejemplo que supone para los que la
conocemos, pero sobre todo es imposible no tener admiración por quien contagia
desde de la inmovilidad el deseo irrefrenable de ser útil olvidando miedos y
limitaciones.
LA ALBARCA ES UNA RUEDA
QUE NO SUPERÓ LOS PINCHAZOS DE LA VIDA
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