Habían de ser las horas de la madrugada cuando hube de defender mi hacienda de invasores y malandrines, bien habrían sonado las cuatro de la amanecida cuando en calzón y camisola me vi cual Quijote velando armas teniendo por lanza una vara de avellano y por escudo la zapatilla de esparto que aviándose desasido del pie hube de recuperar sobre la marcha a fuer de pisar piedras y abrojos. No bien transpuse la plaza de piedra las sombras se arremolinan a mi alrededor, los bufidos espantan y el crujir de la maleza subraya la fortaleza de mis oponentes, la noche oscura cual sotana de párroco de arrabal no me deja valorar la desproporción del encuentro y en un intento desesperado blandí la vara, encorvé la figura y sin encomendarme a dios ni a al diablo arremetí…contra el bolardo que cerraba el jardín, el estampido retumbó en la oscura noche pero fue el segundo golpe que acompañé con el grito guerrero que habrían emitido los indios al cargar contra el quinto de caballería el que me dispuso al combate cuerpo a cuerpo, el enemigo atónito e incrédulo ante la sorpresa no quiso presentar batalla y batiéndose en tirada abandonó el campo de la posible contienda dejando tras de sí vestigios de tan inesperado trance. Sobre el terreno los rastros de la incursión daban fe de lo que podía haber sido un peligroso y desigual encuentro, por las huellas cotejadas se leía que al menos fueron seis los individuos que formaban la partida asaltante dejando en su retirada heridos a no menos de tres de mis mejores y hermosos ejemplares que sangraban abundantemente por las heridas recibidas en tan inesperada sarracina.
Las incursiones de estos intrusos han seguido sucedido durante todo el
verano, mis ganas de batallar han dado
paso a la resignación debido a que sus estratagemas me obligarían a montar guardia
permanente, pero su osadía es tal que crece al mismo tiempo que mi incredulidad
y han llegado a tal extremo que ahora no dudan en aplicarse baños de barro en
el albañal que circunda la finca. Así las cosas me he puesto en contacto con el
Tío Liborio por si él tuviera alguna idea que pudiera servirme pero no ha hecho
más que aumentar mis dudas: dice que a los asaltantes les asiste la razón, que
soy yo quien ha alterado su habitad natural plantando almendros en medio del
campo, que los invadidos son ellos yo soy el invasor y que a lo único que puedo
aspirar es que me dejen alguna almendra para el turrón de este año pues ya se
sabe que: manzano a pié de huerta el vecino recolecta, que sandia gorda en esmero
no necesita tendero y que azada que no espabila no da trigo ni maquila ...he tenido que hablarle de su caballo
asturcón y ni aún así estaba dispuesto a darme la razón, abrumado con sus
apreciaciones ya no sé si pedir perdón
a mis asaltantes o darles las llaves de la bodega y que se pasen por la
barbacoa para compensarles por los
sobresaltos sufridos, pero como no puedo pactar una tregua con esta manada de jabalíes
solo espero que respeten las plantas que mi mujer atiende con tanto esmero y
que el peor de los casos que no me obliguen a tener que amurallar nuestro
precioso jardín.
EL JABALÍ NACE CON UNA
TORNADERA EN LA CABEZA
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