sábado, 27 de marzo de 2010

EN EL NOMBRE DEL PERIODICO

El periódico del día habla de la evolución del divorcio en España, menciona estadísticas y casos y cosas por las cuales se llega a esta situación; también habla de costes y cargas familiares y de cómo se ha pasado de plantear querellas en los juzgados a alcanzar acuerdos entre los interesados con el fin de evitarse tramites engorrosos y gastos imposibles.
También apunta cómo personas divorciadas regresan a casa de sus padres por no tener otra manera de sobrevivir si quieren pasar la pensión alimenticia y de cómo en otros casos los abuelos se hacen cargo de los nietos porque el hijo divorciado se queda en la calle.

No he podido por menos de remontarme a los tiempos en que no existía la ley del divorcio, de cómo ante la imposibilidad de una separación oficial se mantenían las desavenencias dentro del ambiente familiar sin posibilidad de otra alternativa, y de cómo en muchos casos se hablaba de la amante o de la fuga de uno de ellos cuando en realidad de lo que se trataba era de una separación antes de que existieran reglas de juego.

Tampoco es difícil recordar verdaderas tragedias, sobre todo en el caso de las mujeres con hijos pequeños que dependían casi siempre del jornal del marido y al que aguantaban toda suerte de atropellos con tal de que no se fuera con “la otra” y les dejara en la miseria.

También de bodas forzadas a partir de las cuales se trataba de aguantar como fuera la penitencia que eso representaba pero de la que la sociedad no debía enterarse y para lo cual se mantenían toda suerte de tradiciones y costumbres incluida la misa de doce en la parroquia del barrio.

Cuando en España se aprobó la ley del divorcio todo el mundo se echó las manos a la cabeza imaginando largas colas ante los juzgados por la cantidad de casos que lo solicitarían, y si en principio así era el sentido común se impuso al de la venganza y ahora es normal que se llegue a un acuerdo antes de meterse en los juzgados.

Pero hay otros casos que no he visto reflejados en ningún sitio y son los divorciados de techo compartido para los cuales la convivencia se ha convertido en una rutina, de la que es incómodo salir y de la que han hecho su sistema de vida. Son matrimonios generalmente mayores, sin aficiones comunes, con conceptos diferentes de la propia vida y que si bien se respetan son conscientes de que su convivencia sólo ha sido un accidente, son matrimonios que no desentonan ante la sociedad, que duermen en habitaciones separadas, tienen televisión con mando único y un rincón en la casa con bata de lana, zapatillas de cuadros y sillón favorito, comparten comedor, cocina, y cuarto de baño y en casi todos los casos el salario de uno de ellos.

Cuando alguien comenta a mí alrededor la facilidad con que se divorcian las jóvenes generaciones, trato de imaginar a los incluidos en este último apartado y valoro sin quererlo la osadía de los jóvenes para reemprender otros caminos contra el sentimiento de resignación de sus predecesores.

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona