Ya he comentado anteriormente en este blog la historia de aquellas gallinas resucitadas al ser arrojadas por la ventana de la cocina cuando se las creía muertas por asfixia al haber estado encerradas debajo del fregadero de casa durante toda la noche, aquello que pudo ser una tragedia quedó resumido en una exaltación a la buena suerte pues salvo dos de ellas las demás cabezonas al principio y un poco torponas después siguieron poniendo huevos para el disfrute y relamer de platos rodeados de unas patatas fritas, una miaja de pan y a ser posible con un poco de pisto casero.
He recordado aquél pasaje cuando ahora se hace obligatorio encerrar a las gallinas para preservarlas de la epidemia circundante, he recordado también cuando las gallinas se criaban a su aire en medio de la calle en lo que ahora es la avenida de Portugal en Salamanca, recuerdo sus lazos de colores en una de las alas para distinguir las de cada vecino y recuerdo también el pitido del tren que las hacía aletear para ponerse a salvo.
Todo trascurría de forma apacible en aquella barriada de casitas bajas y sillas y tajuelas de solana, hasta que una vez a la hora de recogerlas apareció un huevo sonrosado casi blanco bajo un matojo sin que nadie supiera a que gallina acomodarle el adagio. El debate teniendo en cuenta la tersura de su piel, el tamaño y sobre todo la reafirmación de cual había estado cacareando toda la tarde no tenía fin, recuerdo incluso que hubo quien decidía repartirlo pero tampoco esto fue solución porque nadie se ponía de acuerdo en quien se quedaba con la clara y quien con la yema y no faltó el Herodes de turno que proponía esperar a que todas pusieran y de aquella que no lo hiciera sería la propiedad, hubo también quien propuso meter el dedo en el culo de cada gallina para ver si estaba enhuevada yhubo quien propuso que aquel huevo no correspondía a ninguna de aquellas ánades si no a una pollita que andaba por allí desguarnecida y sin currículo conocido.
En esto se encendieron los ánimos, el huevo pasaba de mano en mano y de mandil en mandil y tanto fue y vino el puñetero que en uno de aquellos lances el muy jodido se vino al suelo y…. aquí me desperté.
Vuelto en mi no pude evitar una sonrisa recordando aquellas vecinas Julia, Concha, Elvira, Criselda y Esmeralda de las que aprendí humanidad, convivencia y lucha para salir adelante en un tiempo en que la guerra estaba pasándonos factura y un huevo daba enjundia a una sopa, apañaba una tortilla o se tenía por el mejor reconstituyente para aupar a un enfermo.Hubiera querido continuar soñando por recordar en aquel ambiente, la risa estridente de Concha, la sensatez matriarcal de la señora Julia y a Elvira la pequeña de la familia, haciendo contrapunto perfecto con Criselda la intrépida vecina que acostumbrada a bregar entre carros y mulas debido al oficio de su marido el señor Prudencio .
LAS GALLINAS ERAN EL MONEDERO DE LAS AMAS DE CASA

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