Desde la impresionante atalaya en que se ha convertido el
amplísimo mirador del tanatorio de Collserola puedes contemplar una Barcelona
abigarrada y anónima que te empequeñece como persona, el sentirte absorbido por la gran masa de cemento
que se extiende a tus pies te niega como
individuo, no eres nada, eres una motita anónima en medio de la inmensa mole que
es la urbe que se extiende debajo de ti, tu vida y sus peripecias quedan
absorbidas por el anonimato de ese
monstruo construido entre la amalgama de otros seres que como tu piensan que son
irremplazables, esa burda mentira cuyo desenlace tienes a tu alrededor donde la
vida te dice es una carrera de relevos sin más premio que unas flores al entregar
el testigo a los que te siguen, lo demás carece de valor, si fuiste importante,
rico, pobre, conocido, blanco o negro, todo queda diluido en ese último adiós
que nadie tiene en su agenda.
Hoy he sido testigo del relevo del que fue un niño de la
guerra, una vida marcada por el esfuerzo y la lucha contra la adversidad,
alguien que podría haber vivido en una revancha constante, pero hizo de su
desgracia un ejercicio de superación con el fin de crear y entregar un mundo
mejor a sus descendientes. Cuando más tarde la gran ciudad me ha engullido de nuevo y los grandes rotativos
hablan de posturas encontradas, divisiones étnicas, colores y banderas, emigrantes sin patria y violencia de todo
tipo, he girado la vista hacia la montaña, he transpuesto muros y cristaleras y
he pensando en la cantidad de relevos que se producen cada día y en el
escenario donde la eternidad pone punto final a todas las diferencias.
NO TE ENGAÑES, LA VIDA TE
VIVE TU SOBRE VIVES
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