El semáforo que vigila la esquina de mi casa me conoce, el
sabe que lo respeto y aguardo impasible sus indicaciones pero aquel día estaba pensando en Babia y lo crucé en rojo.
En mala hora lo hice; al otro lado de la calle un niño me llamó la atención:
recriminó mi actitud me dijo que eso no se hacía y que siendo yo tan mayor
debería dar ejemplo. Me puse rojo, balbuceé alguna escusa y en mi interior
maldije el momento en que sin pensarlo seguí como un autómata a la pareja que
me precedía, la llamada al orden de
aquel chavalillo me resultó ejemplarizante,
en ese momento decidí que debía compensar mi error pidiéndole perdón
valorando además la entereza demostrada al reprenderme, sin otras señas que no
fueran las que mostraba el anagrama de la mochila de su colegio decidí presentar
por escrito mis excusas.
Sr. Director:
El pasado día 20 de
noviembre cometí el grave error de cruzar en rojo el semáforo situado delante
de su colegio, uno de sus alumnos que por la edad debe estar en primaria me
llamó la atención, mi azoramiento fue tal que no pude disculparme. La finalidad
de esta carta es primero felicitar al grupo de profesores por la educación
cívica impartida y personalmente pedir
perdón al interesado por el mal ejemplo que he podido darle.
También rogarle que trate de hacer entender a sus alumnos que
la edad nos hace un tanto impacientes y que
si bien con los nietos extremamos las precauciones cuando vamos solos hacemos de la calle un
campo de pruebas intentando regatear coches y saltar a los bordes de la aceras
como si de una olimpiada se tratara, esperar a que cambie el color del semáforo es cosa de
decrépitos abuelos y cruzarlo en rojo es prueba de vitalidad aunque en el
intento acabemos por los suelos, que nos disputamos el bordillo de la acera porque
para nosotros la emoción es solo comparable a la salida de una prueba de fondo
y conseguir llegar al otro lado con el semáforo en rojo es un triunfo solo equiparable
al haber culminado una escalada en pared vertical. La llamada de atención de su
alumno me ha hecho reflexionar, es mentira que los abuelos nos volvamos niños
porque a ningún niño se le ocurre cruzar una calle con el semáforo en rojo.
Gracias por su atención, espero haga llegar al
interesado mis excusas.
AL SEMAFORO CUANDO SE
ENFADA SE LE SUBE LA SANGRE A LA CABEZA
J. Hernández
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