viernes, 27 de marzo de 2009

YO, UN PARIA EN LA CALLE PARIS, BARCELONA

Suelo caminar tan deprisa y soy tan despistado que he llegado a cruzarme con gente amiga y no me he enterado hasta que me han llamado la atención. Sin embargo aquel día fui a reparar en una persona físicamente insignificante, de piel escamada, color centeno y sonrisa permanente. No pareció ser persona de relevancia por los modos y maneras con las que hablaba su interlocutor, pero algo me atrajo hacia el cómo un imán. De pronto me vi a corta distancia del personaje y sin saber cómo ni por qué extendí la mano hacia él, al mismo tiempo que él estrechaba la mía con una suavidad casi acariciadora.

Los segundos siguientes fueron aterradores, pues me encontré saludando a alguien del que no tenía ningún convencimiento de haberlo conocido y al mismo tiempo no había preparado ningún tipo de saludo o de disculpa. Ni siquiera sabía muy bien por qué le había extendido la mano ni a quién demonios me había encomendado para entrometerme en su conversación.

En este jaleo de preguntas y repreguntas, mientras mi cabeza trabajaba buscando una salida airosa ante situación tan absurda, su voz suave como un susurro me tranquilizó al decirme: “¿En qué puedo servirle?”. En ese momento se me fundieron todos los plomos, unas torpes palabras mías quisieron decirle que no había podido reprimir el instinto de saludarlo y que al mismo tiempo lamentaba haberle molestado, sus ojos más que su sonrisa me dijeron que no tenía importancia y que agradecía mi saludo, al tiempo me deseaba mucha suerte en mi vida.

Después de esto no sé si seguí andando o mis pies se encontraron con una alfombra voladora; lo cierto es que caminé varias manzanas sin poder centrarme en mi trabajo y sin poder contar a nadie lo que para mí había sido un encuentro sobrenatural.

Vicente Ferrer había tenido la amabilidad de disculpar mi atrevimiento y al mismo tiempo había sabido salvar con sus palabras y su sonrisa mi sensación de ridículo por la situación que había creado.

Con el tiempo me he preocupado seguir al personaje que tanto me impactó, he leído casi todo lo referente a su persona y su obra y me he dado cuenta que aquel día me crucé con un personaje irrepetible y destinado a ser venerado a la altura de Gandi o Teresa de Calcuta.

Ahora que su estado de salud es delicado no puedo por menos de recrearme en el recuerdo, para mí imborrable, del afectuoso saludo en medio de la acera, justo a la salida de las oficinas que su fundación tiene en Barcelona. Impagable para mí este recuerdo, no dejo de admirar especialmente cómo un hombre aparentemente frágil ha podido llevar a término una obra tan sobrenatural entre las castas más pobres del país más pobre del mundo.

Pendiente de su evolución, desearía poder encontrármelo nuevamente, para, ya estando preparado, manifestarle mi admiración y respeto.

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona