jueves, 21 de febrero de 2013

TIEMPO DE REBAÑINA


 La mañana se presentaba como todas las del invierno de aquella Castilla de primeros de año preñada de hielos, la barriada construida por fases tenia la virtud de convertir en afortunados a los vecinos ya establecidos, la chiquillería abundante en tiempos de posguerra para contribuir al sagrado deber de crear familias numerosas para asegurar el futuro del régimen se consideraba dogma de fe entre aquella singular arribada de vecinos a las viviendas sindicales.

La cocina económica con paila incluida  y la hora del “Parte” marcaban los tiempos familiares donde las madres  cobijadoras  por tradición y amas de casa  por obligación alimentaban a sus vástagos  con el santo y seña de la economía por divisa.

Aquella mañana el saco precario siempre y por norma excesivo en tamaño había resultado insuficiente, desde un balcón de la obra vecina el carpintero del mono azul y lápiz en la oreja dejaba caer los tacos de madera como almendras en bautizo y era tanto el material que ni encalcando aquel puñetero y remendado esparto lográbamos engullir tanta madera; fueron necesarios dos acarreos entre el regocijo de la madre y la premura del tiempo para evitar que algún espabilado nos pispara el negocio.

El hombre y su mono azul siguieron apareciendo cada semana en el hueco de aquel futuro balcón para lanzar cual almendras los tacos de madera sobrantes de su trabajo que los chiquillos recogíamos sin dejarlos llegar a tierra en una continua disputa y   algarabía de los más grandes.

Esta materia prima ayudó a calentar muchos de los hogares de las jóvenes familias del barrio de Salas Pombo  en una época donde el ingenio unido a la necesidad hacía la peseta tan elástica como chicle de Bazoca en duración indefinida y  segunda dentición, aquel carpintero fue nuestro angel de la guarda hasta que un día se despidió de nosotros con el gesto de quien hizo todo lo que estuvo a su alcance mientras nos tuvo bajo su tutela, su lápiz de carpintero rojo, aplastado y de punta afilada a golpe de formón quedaron prendidos en el recuerdo mientras nuestro saco abría su boca como el pez que busca el oxigeno que necesita para vivir.

Aquel hombre se había quedado observando el carromato destartalado del buscador de chatarra con una mirada entre cómplice y compasiva, no quería  molestar al emigrante que con dificultad estibaba su precario cargamento, el personaje bien vestido y ya entrado en años se ofreció para  ayudarle  a sujetar el trozo de hierro que desequilibraba su carga, después caminó pensativo mientras su rostro dibujaba una sonrisa y un lápiz de carpintero trazaba en la nube de sus recuerdos las gracias que no había podido escribir en su día.

EN EL RINCON DE LA MISERIA SIEMPRE HAY COMIDA PARA LOS RATONES

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona