Chocolate con bizcochos era la
parte más celebrada del recibimiento obligado a los antiguos propietarios de la fábrica Mirat y ahora también benefactores
del colegio salesiano en el día de San José una de las efemérides mas señalada en
aquel proyecto de colegio que debió sustituir al de San Benito de la calle
compañía pero la previsión se retrasó en el tiempo y ahí nos tienen ustedes dando clases por
turnos en una especie de semisótano en la propia obra que tanto se aplicaba para
la enseñanza como se transformaba en taller de carpintería, escenario de teatro o salón de juegos de mesa domingos y
festivos.
A pesar de nuestras carencias
podíamos considerarnos afortunados la ilusión por conseguir un colegio mejor, más amplio y mas nuevo que el viejo San Benito
nos hacía sentir dueños de nuestro futuro y
no dudábamos en tirar de carretilla o manejar pico y
pala si era necesario porque entendíamos
que si ayudábamos a los obreros que
trabajaban a nuestro alrededor conseguiríamos acelerar el proceso y con ello
disfrutar antes de nuestras flamantes instalaciones.
D. Vitorio Mirón nuestro director
tenía por costumbre invitar a gente más
o menos acomodados para suponemos enseñarles nuestras penurias y con ellas ablandar
corazones y soltar bolsillos, pero ninguna visita nos obligaba tanto como
cuando el matrimonio formado por D. José y su esposa Josefina se acercaban a
saludarnos coincidiendo con la fiesta de su onomástica, aquel día había chocolate
y bizcochos después de la misa que por supuesto corrían a cargo de los
homenajeados y allí nos tienen ropa dominguera de calzón corto como era preceptivo
en aquel tiempo, comportamiento ejemplar en la mollera por mandato imperativo y
los inevitables poemas escritos para la
ocasión por los más inspirados escritores de cada clase convertidos ahora en
halagadores obligados de nuestros
benefactores, llegado el momento D.
Vitorio se arrancaba a golpe de acordeón con los himnos a la pureza de Domingo
Sabio a los que nosotros en un
desgañitamiento controlado a fuerza de ensayos le dábamos tanta marcha que
nadie sabría decir si lo hacíamos por agradar a las visitas o por terminar cuanto
antes con el fin de dar buena cuenta de un chocolate cuyo aroma nos llegaba en
oleadas y que por lo espeso bien podría servir de argamasa para pegar los
ladrillos de la obra que nos rodeaba. No sé si los donativos de aquella pareja resultaban
tan sustanciosos como parecían pero a juzgar por los agasajos que les
preparábamos debían ser esplendidos y sobre todo nos permitían a su costa repetir
chocolate unas cuantas veces, mientras los vivas a San José se atascaban entre los
bizcochos y el siempre ardiente y negro cacao.
Cuando ahora se habla de
carencias para estudiar, de falta de medios,
de ausencia de transporte
apropiado o de falta de estimulo me remonto
a los inicios de aquel colegio donde
quizá los exámenes no eran muy rigurosos
ni las notas significaban demasiado pero donde se nos inculcó tanto el
valor del esfuerzo que sin ser asignatura obligada se convirtió en el lema fundamental
de nuestra vida.
NO PRESUMAS DE QUE SABES
DEMUESTRAMÉ LO QUE VALES
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