La penumbra de aquella escalera, el olor a moho y los
inmensos desconchones de sus paredes estaban en consonancia con el vetusto
ascensor de hierro que a fuerza de trompicones ascendía renqueante por aquella
especie de chimenea que la penumbra y la dejadez habían convertido en dantesca;
nada ni nadie parecía dar importancia a los obligados usuarios de aquella
carcasa que entre jaula y cesta colgante debía servir para el suministro de la casa de aquel edificio de la calle del
Doctor Piñuela.
El imperturbable
portero se limitaba con un gesto; nada ni nadie escapaba a su dogmatica
decisión en la que no invertía una sola palabra; su displicencia y arrogancia
siempre impersonal y mayestática no
admitía ninguna objeción: Escalera de
servicio.
Aquella vez el susto pudo más que sus ganas de sentirme
capaz de todo, la botonadura del testaferro había perdido uno de sus botones
precisamente el más inmediato al quinto piso donde el chico se dirigía, la
costumbre y el constante trajín en aquel edificio habían hecho que con un gesto
mecánico por repetitivo encontrara
siempre en medio de la oscuridad el
botón apetecido pero esta vez el exceso de confianza le jugó una mala pasada; al tiempo de oprimir
el botón una descarga le dejó la mano rígida y engarfiada, el grito en medio de
aquella penumbra multiplicado además por el hueco del ascensor debía de haber
puesto en alerta a la vecindad pero nada ni nadie acudió en su socorro, a duras
penas consiguió llegar arriba y una vez entregado el encargo el miedo pudo más
que sus ganas de volver a correr la aventura del descenso.
Se vio en medio de un gran salón, la criada asustada y
gritando por no haber podido impedir aquella osadía le seguía desesperada
mientras el interfecto buscaba la salida por la puerta principal, el tono de
voz y la tozudez en la decisión alertaron a los señores: el arrapiezo que venía
con los encargos de la farmacia se negaba a bajar por la escalera de servicio y
encima el muy osado amenazaba con no volver más si tenía que seguir usando
aquel inmundo ascensor.
Los pocos años, las lagrimas que corrían por sus mejillas y
el estado de su mano parecieron más convincentes que su propia obstinación, a
partir de ese momento y con orden expresa de los señores de la casa quedaba autorizado
a utilizar la escalera principal siempre que lo hiciera sin mercancías que
mancharan pero terminantemente prohibido compartir el ascensor con los dueños
de la finca. Salamanca 1956/57
En estos días nos hablan del ciento cincuenta aniversario de
la abolición de la esclavitud en los EEUU por parte de Lincoln.
LAS CADENAS DEL MIEDO SOLO SE ROMPEN CUANDO TU MIEDO ESTÁ
POR ENCIMA DE SU AUTORIDAD
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