lunes, 4 de marzo de 2013

ESCALERA DE SERVICIO


La penumbra de aquella escalera, el olor a moho y los inmensos desconchones de sus paredes estaban en consonancia con el vetusto ascensor de hierro que a fuerza de trompicones ascendía renqueante por aquella especie de chimenea que la penumbra y la dejadez habían convertido en dantesca; nada ni nadie parecía dar importancia a los obligados usuarios de aquella carcasa que entre jaula y cesta colgante debía servir para el suministro de  la casa de aquel edificio de la calle del Doctor Piñuela.

 El imperturbable portero se limitaba con un gesto; nada ni nadie escapaba a su dogmatica decisión en la que no invertía una sola palabra; su displicencia y arrogancia siempre impersonal  y mayestática no admitía ninguna objeción: Escalera de servicio.

Aquella vez el susto pudo más que sus ganas de sentirme capaz de todo, la botonadura del testaferro había perdido uno de sus botones precisamente el más inmediato al quinto piso donde el chico se dirigía, la costumbre y el constante trajín en aquel edificio habían hecho que con un gesto mecánico por  repetitivo encontrara siempre en medio de la oscuridad  el botón apetecido pero esta vez el exceso de confianza  le jugó una mala pasada; al tiempo de oprimir el botón una descarga le dejó la mano rígida y engarfiada, el grito en medio de aquella penumbra multiplicado además por el hueco del ascensor debía de haber puesto en alerta a la vecindad pero nada ni nadie acudió en su socorro, a duras penas consiguió llegar arriba y una vez entregado el encargo el miedo pudo más que sus ganas de volver a correr la aventura del descenso.

Se vio en medio de un gran salón, la criada asustada y gritando por no haber podido impedir aquella osadía le seguía desesperada mientras el interfecto buscaba la salida por la puerta principal, el tono de voz y la tozudez en la decisión alertaron a los señores: el arrapiezo que venía con los encargos de la farmacia se negaba a bajar por la escalera de servicio y encima el muy osado amenazaba con no volver más si tenía que seguir usando aquel inmundo ascensor.

Los pocos años, las lagrimas que corrían por sus mejillas y el estado de su mano parecieron más convincentes que su propia obstinación, a partir de ese momento y con orden expresa de los señores de la casa quedaba autorizado a utilizar la escalera principal siempre que lo hiciera sin mercancías que mancharan pero terminantemente prohibido compartir el ascensor con los dueños de la finca.  Salamanca 1956/57

En estos días nos hablan del ciento cincuenta aniversario de la abolición de la esclavitud en los EEUU por parte de Lincoln.

LAS CADENAS DEL MIEDO SOLO SE ROMPEN CUANDO TU MIEDO ESTÁ POR ENCIMA DE SU AUTORIDAD

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona