jueves, 11 de abril de 2013

Pendón desorejado

El lazarillo se había comido a  hurtadillas el último ciñaque de hornazo que le quedaba así y todo siguió rebuscando entre los pliegues del fardel por si algún pizco  hubiera escapado a su espulgamiento y en estas andaba cuando el ciego debió darse cuenta de que algo escapaba a su control cuando comenzó a husmear levantando tanto la nariz que más parecía absorber el aire que tratar de respirarlo, nada presintió nuestro Lázaro que confiado acomodaba con sus mejores mañas  al maestro en el poyete de la calle Tentenecio el mismo que impedía el paso de carruajes hacia la puerta del rio asegurándole que el sitio y el lugar eran los mejores para plañir una limosna o aliviar algún bolsillo pues el caso que ocupaba ese lugar en aquel día debía congregar a muchos parroquianos ansiosos de ver escarmiento  en carne ajena y justicia en alacena.

No bien nuestro amigo estaba intentando aposentar a su protegido cuando en ocasión de coincidir boca de horno con nariz de pelicano llegáronle a este los efluvios del adobo de manera tan clara que sin mentarlo resonó en el empedrado un crujir de bastón que de mediar costilla hubiera deslomado carnero y no fue poco el susto cuando nuestro lazarillo haciendo  un escorzo para evitar el golpe fue a chocar de mentón contra la boca del ciego que mas desportillada que bacinilla en casa pública dejó en este dando alaridos  amparándose la boca con las manos y en viéndose así mocho de colmillo y asistido de razón enhebró tal desgranamiento  de improperios contra el mancebo  y su mala suerte que ni las cincuenta cuentas del rosario con sus jaculatorias fueran suficientes para ensartar semejante retahíla,  como es sabido    tanto mal y tanta desgracia no habían de caer en saco roto  y siendo el ciego hombre bregado en mil peripecias y experto en  no dar puntada sin hilo exageró  de tal modo el episodio que le fue dado conseguir  más limosna en un rato que día en quicio de catedral, mucho costó  recuperarle el sosiego y solo lo fue afín de contener la hemorragia para lo cual fue menester recurrir a los oficios de un guarnicionero vecino de corrala  que con la ayuda de un mata cantos y una cuchilla dejó sin el único punzón existente aquella boca más negra que pez en pellejo de vinatero y mas desasistida ahora que cueva de ermitaño en tiempo de cuaresma.

Llegado el sol a lo más alto aguaciles y gente de armas tomaron la picota; la mujer condenada a ser desorejada clamaba otra justicia que no saliera de la pluma que sujetara la misma mano que ella rechazó bajo sus enaguas pero ni verdugos ni aguaciles parecieron enternecerse y siguiendo el ritual la victima pasó a manos de su ejecutor, en ese momento  el rastrallo de una onda rompió el aire y una piedra de regular tamaño alcanzó  tan de lleno al cercenador que este dio de boca contra el suelo dejándolo vahído y ausente de sí mismo,  alertados los soldados montaron picas y atacaron trabucos mas nada de esto les fue dado utilizar cuando una lluvia de piedras y la aparición de los garrocheros llegados desde el ferial de ganado los enracimó de tal manera que solo lanzándose por el pretil que mira al rio pudieron salvar el pellejo,  en medio de la trifulca y librada la condenada corrieron todos en dirección a las tenerías cuyas intrincadas callejuelas y zaguanes engulleron a los sublevados sin dejar más señales que el precipitado cierre de falleras y apuntalamiento portones.
El barrio todo se aprestó a la defensa haciendo de los balcones atalayas y aspillando ventanucos al tiempo que se  multiplicaban piedras y picos detrás de cada portal. Nada ocurrió en las horas y días siguientes sosegándose el barrio y con él la ciudad que tan diestramente se había aprestado a dar batalla.

Ciego y lazarillo se habían quedado sin amparo viéndose sumergidos en un mar de empujones que salvaron gracias a guarecerse bajo un carro arenero;  mas vuelta la calma el ciego quiso saber quien fuera la condenada que tanto había influido en el pueblo a lo que Lázaro respondió que todas las mujeres en una pues nunca fue justicia que solo la mujer padeciera castigo y nunca el asaltador de su alcoba y que en ello las mismas mujeres habíansé sublevado y de no mediar orden contraria a lo dispuesto estaban de acuerdo en  no holgar con sus maridos si estos no consiguieran que la ley  se cambiara.

De esta manera quedó deslegitimada en Salamanca la ley de Alfonso X el sabio que en el código de las siete partidas condenaba a la mujer pillada comerciando con su cuerpo a ser desorejada en público para general escarmiento.


SI  PENDIENTES TUVIERAS Y NO LOS LUCIERAS O SON DE LATÓN O SON DE CUALQUIERA

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona