El lazarillo se había comido a hurtadillas el último ciñaque de hornazo que
le quedaba así y todo siguió rebuscando entre los pliegues del fardel por si algún
pizco hubiera escapado a su espulgamiento
y en estas andaba cuando el ciego debió darse cuenta de que algo escapaba a su
control cuando comenzó a husmear levantando tanto la nariz que más parecía absorber
el aire que tratar de respirarlo, nada presintió nuestro Lázaro que confiado acomodaba
con sus mejores mañas al maestro en el
poyete de la calle Tentenecio el mismo que impedía el paso de carruajes hacia
la puerta del rio asegurándole que el sitio y el lugar eran los mejores para
plañir una limosna o aliviar algún bolsillo pues el caso que ocupaba ese lugar
en aquel día debía congregar a muchos parroquianos ansiosos de ver escarmiento en carne ajena y justicia en alacena.
No bien nuestro amigo estaba intentando aposentar a su protegido cuando en ocasión de coincidir boca de horno con nariz de pelicano llegáronle a este los efluvios del adobo de manera tan clara que sin mentarlo resonó en el empedrado un crujir de bastón que de mediar costilla hubiera deslomado carnero y no fue poco el susto cuando nuestro lazarillo haciendo un escorzo para evitar el golpe fue a chocar de mentón contra la boca del ciego que mas desportillada que bacinilla en casa pública dejó en este dando alaridos amparándose la boca con las manos y en viéndose así mocho de colmillo y asistido de razón enhebró tal desgranamiento de improperios contra el mancebo y su mala suerte que ni las cincuenta cuentas del rosario con sus jaculatorias fueran suficientes para ensartar semejante retahíla, como es sabido tanto mal y tanta desgracia no habían de caer en saco roto y siendo el ciego hombre bregado en mil peripecias y experto en no dar puntada sin hilo exageró de tal modo el episodio que le fue dado conseguir más limosna en un rato que día en quicio de catedral, mucho costó recuperarle el sosiego y solo lo fue afín de contener la hemorragia para lo cual fue menester recurrir a los oficios de un guarnicionero vecino de corrala que con la ayuda de un mata cantos y una cuchilla dejó sin el único punzón existente aquella boca más negra que pez en pellejo de vinatero y mas desasistida ahora que cueva de ermitaño en tiempo de cuaresma.
Llegado el sol a lo más alto aguaciles
y gente de armas tomaron la picota; la mujer condenada a ser desorejada clamaba
otra justicia que no saliera de la pluma que sujetara la misma mano que ella
rechazó bajo sus enaguas pero ni verdugos ni aguaciles parecieron enternecerse y
siguiendo el ritual la victima pasó a manos de su ejecutor, en ese momento el rastrallo de una onda rompió el aire y una
piedra de regular tamaño alcanzó tan de lleno
al cercenador que este dio de boca contra el suelo dejándolo vahído y ausente
de sí mismo, alertados los soldados
montaron picas y atacaron trabucos mas nada de esto les fue dado utilizar cuando
una lluvia de piedras y la aparición de los garrocheros llegados desde el ferial
de ganado los enracimó de tal manera que solo lanzándose por el pretil que mira
al rio pudieron salvar el pellejo, en
medio de la trifulca y librada la condenada corrieron todos en dirección a las
tenerías cuyas intrincadas callejuelas y zaguanes engulleron a los sublevados sin
dejar más señales que el precipitado cierre de falleras y apuntalamiento
portones.
El barrio todo se aprestó a la
defensa haciendo de los balcones atalayas y aspillando ventanucos al tiempo que
se multiplicaban piedras y picos detrás
de cada portal. Nada ocurrió en las horas y días siguientes sosegándose el
barrio y con él la ciudad que tan diestramente se había aprestado a dar
batalla.
Ciego y lazarillo se habían
quedado sin amparo viéndose sumergidos en un mar de empujones que salvaron
gracias a guarecerse bajo un carro arenero; mas vuelta la calma el ciego quiso saber quien
fuera la condenada que tanto había influido en el pueblo a lo que Lázaro
respondió que todas las mujeres en una pues nunca fue justicia que
solo la mujer padeciera castigo y nunca el asaltador de su alcoba y que en ello
las mismas mujeres habíansé sublevado y de no mediar orden contraria a lo dispuesto
estaban de acuerdo en no holgar con sus
maridos si estos no consiguieran que la ley
se cambiara.
De esta manera quedó
deslegitimada en Salamanca la ley de Alfonso
X el sabio que en el código de las
siete partidas condenaba a la mujer pillada comerciando con su cuerpo a ser
desorejada en público para general escarmiento.
SI PENDIENTES TUVIERAS Y NO LOS
LUCIERAS O SON DE LATÓN O SON DE CUALQUIERA
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