No estaba la noche para andarse a
papilrros, el frio calaba hasta los huesos y aquellos huesos no andaban
sobrados, los tragos de aguardiente se
habían sucedido con demasiada frecuencia y las voces que en principio fueron roncas
y quedas se hacían ahora destempladas y
rasposas los palafreneros y mozos de cuadra mataban su frio en un ir y venir
constante teniendo la fogata como punto de referencia pero ni las mantas de los
caballos si el constante trajín conseguían mitigar aquel frio que parecía
emanar de los adoquines de la calle reforzado por un cierzo que entrando por la
zona del palacio de Monterrey parecía entubarse en el arco de la plaza mayor dejando
tras de sí una blanquecina humedad que al depositarse sobre el empedrado en forma
de escarcha convertía la calzada en un barrizoso chapatal y las
zonas de penumbra en una costra blanca y brillante que al pisarse crujía como tablas en desván.
Todo el mundo permanecía embozado
unos con sus capotes otros con mantas y los mas con las pellizas
borregueras propias de los mozos de
cuadra que completaban su atuendo con polainas
vendos y abarcas así y todo nada era suficiente y muy pocos mantenían ya la compostura, la hilera de
cocheros se hacía interminable y muchos mozos de alquiler fueron desistiendo al
ver como sus caballos a los que habían enfundado las patas con sacos de
arpillera para evitar que resbalaran y protegerlos del frio comenzaban a tener espasmos encabritándose en ocasiones para desasirse de sus atalajes, no ocurría los
mismo con los jornaleros y palafreneros
que obligados a retornar a los amos a sus mansiones aguantaban como
podían aquella noche del duro invierno salmantino.
El café Suizo lugar de tertulias
y reuniones celebraba la arribada del mismísimo ministro de ultramar, el
banquete suntuoso y excesivo había sido regado con los mejores vinos del Rhin y
las más exquisitas especialidades llegadas de la vecina Francia; el propio
ministro obsequió a los asistentes con su
acostumbrada esplendidez repartiendo cigarrillos y habanos sin tope ni mesura haciendo alarde de
progalidad e iniciando una sucesión de brindis que hicieron de la noche
madrugada mientras la orquesta desgranaba
su inacabable repertorio.
El calor del local había empañado
los cristales sus tupidas cortinas vistas desde el exterior convertían a los danzantes en sombras chinescas mientras el
frio de la calle diezmaba sin compasión mozos y palafreneros, hasta que al
romper el día los grandes señores fueron ocupando sus carruajes con parsimonia mientras
sus cocheros disimulaban como podían el frio padecido haciendo alarde de buena
salud y mejor disposición para evitar ser despedidos, el reguero de coches fue
desapareciendo mientras en casa de los jornaleros esperaban las migajas de un
banquete del que algunos habían disfrutado y muchos padecerían el resto de sus
vidas.
Prudencio permaneció en cama
aquejado de neumonía sus compañeros del sindicato lo visitaron con frecuencia
haciendo votos por su restablecimiento y dejándo sobre su jergón el importe de
la última colecta.
EL CAMINO DE LA REPUBLICA
SIEMPRE LO ADOQUINÓ
LA MONARQUIA
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