viernes, 6 de septiembre de 2019

EL TIEMPO PASA DEPRISA


El paso del tiempo no es lo mismo a los veinte que a los cuarenta o a los setenta, mi reloj corre deprisa, ayer cociné para la familia con ayuda de mi nieta, nuestra conversación perdió el carácter de abuelo-nieta para convertirse en compañeros al frente de los fogones, su desparpajo me hizo entender que lo que para mí era todo un reto para ella era algo cotidiano. Mi nieta tiene nueve años, nueve preciosos años que no son ni mucho menos los mismos nueve años de mis tiempos, cuando terminamos nuestro cometido nos sentimos tan reconfortados como dos compañeros de trabajo que terminaran su jornada laboral habiendo cumplido con creces su cometido. Con su delantal blanco y su gorro de cocinera me pareció mucho más grande, imponente y desenvuelta, sus ademanes y su manera de decidir pusieron en evidencia mi falta de práctica y mi torpeza con los utensilios modernos, su seriedad fue proporcional a mi admiración, nunca hubiera pensado poder compartir con mi nieta una jornada tan especial en un plano de igualdad.

No pude por menos de recordar que en mis tiempos se cocinaba con carbón, que solo había dos sartenes, una olla, una cazuela y como mucho un cuchillo que servía para todo, que el agua no salía caliente directamente del grifo, que la nevera eléctrica estaba por imaginarse,  un congelador era una cosa rara que solo tenían en algunos hospitales, lo más parecido a un micro-ondas  era el disco de la gramola, la vajilla descalabrada y desemparejada  se fregaba con estropajo de esparto y jabón lagarto, que el supermercado era la tienda de la esquina donde podías comprar fiado o con la “tarja” como tarjeta de crédito y que entonces solo existían dos clases de pan: el del día anterior y el de rebojo.  

Ayer disfruté al lado de mi nieta, pero eso no evitó que pensara que caminábamos en sentido distinto, para ella esa mañana debió ser un soplo, para mí fue un encuentro entre dos generaciones que caminan en sentido contrario y por un momento lo hicieron en paralelo.

LA COCINA DE NUESTRAS MADRES ERA LA ALQUIMIA DE LA NECESIDAD
                                                                                                 J. Hernández


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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona