sábado, 7 de marzo de 2009

LA DAMAJUANA

Una garrafa con las mimbres en cuaresma hace que cada vez que intento apoyarme en la pared se me claven en las pantorrillas sus puñeteras y afiladas puntas.

El verdoso cristal que se adivina entre el entramado de las mimbres aparece limpio; la boca está desdentada pero no parece que las caries pasen al interior. Así y todo no es el peor de los recipientes entre tantos peteretes como hay en la cola.

Por fin la fila empieza a moverse y pertrechados con los mil aperos esperamos el turno para retirar nuestro racionamiento.

El roce de los cazos de latón al enterrarse entre las legumbres dentro de los costales tiene un ruido especial que, cuando suena al caer dentro de las bolsas de papel de estraza, se transforma en marcha triunfal.

Las mujeres murmuran entre dientes y sólo la de la garrafa deshilachada se atreve a dudar de la fiabilidad del medidor de aceite que manipulado a mano pudiera estar preparado para extraer aire más que otra cosa.

En algún momento se encara con el dueño pero éste jura y perjura que no escatima ni una panilla y que muchas veces pierde dinero por que el aceite en invierno es mucho más espeso y a él le salen menos litros de los que le dicen los de las tasas.
Entre el murmullo general se destaca una voz que no duda en decir que por eso siempre tiene los bidones junto al brasero.

Una vez en la calle mi madre valora las cantidades autorizadas en el racionamiento de este mes y trata de consolarse al pensar que serán suficientes si todos nos apretamos el cinturón y está contenta porque se rumorea que en poco tiempo el mercado de las legumbres será libre. Mientras recuenta el dinero sobrante yo no puedo por menos que buscar con la mirada a la señora de la damajuana, tengo curiosidad por saber si las asas aguantaron el peso del aceite.

La veo bajo el dintel de la puerta de los ultramarinos ajustándose una rodilla en la cadera, acto seguido acomoda en el cuadril la garrafa que fue mi compañera de espera. Parece que ni siquiera ha intentado medir la fuerza de las asas, pues la ha cogido con una mano por el cuello; y la otra por el culo de arpillera; una vez segura de su estabilidad ha abrazado la garrafa con su brazo izquierdo y, recogiendo su delantal, ha rodeado el gollete para asirla mejor. Con la mano derecha la veo intentando levantar una gran cesta de mimbre, que a duras penas consigue cerrar.

Tratando de apañar la cesta el mandil se le ha quedado corto y al tratar de ponerse derecha la garrafa se le escurre de las manos y estalla contra el suelo saltando en mil pedazos como una sandía demasiado madura, un grito desolador hace retumbar las paredes de lo que fue iglesia de San Marcos.

He despertado sobresaltado; todo ha sido una pesadilla, no hay racionamiento ni escasea el pan; puede conseguirse fácilmente una botella de aceite, un poco de azúcar, algunas patatas o sal, tampoco hay que recurrir a la vecina de al lado para que te preste unos huevos, las lentejas vienen ya sin piedras, las alubias no tienen bichos y el café no hay que traerlo de contrabando.

El reloj me dice que son las cuatro de la mañana, tengo que relajarme y dormir. Ahora me veo en la calle, me doy cuenta de que la gente escudriña entre las basuras, de que los sobrantes de los supermercados generan disputas entre los que esperan, de que hay colas para comer gratis como se hacía en tiempos de Auxilio Social, de que en los supermercados se roba comida, de que Caritas está desbordada, de que la gente duerme entre cartones y de que las casas de empeño han vuelto a resurgir.

Trato de pellizcarme, debe ser la continuación de mi sueño, pero no consigo despertar. ¿Será que esta pesadilla es real? ¿Será verdad que las grandes superficies han puesto un compactador para triturar los restos de alimentos para que nadie pueda aprovecharlos? ¿Será verdad esto que estoy viviendo? ¿No será este el sueño y lo anterior la realidad? ¿Las colas frente al INEN no serán las mismas que las de los jornaleros de otros tiempos, para ajustarse a un amo a cambio de comida o poco más?

Que alguien me despierte por favor.

1 comentario:

  1. Mira que hacia tiempo que no oia la palabra "damajuana" En mi pueblo, sólo mi madre la llamaba así. !Como me gusta leer tus recuerdos, y que bien los describes¡.
    Un abrazo, artista.

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona