martes, 10 de marzo de 2009

VIEJOS TIEMPOS - NUEVOS BARRIOS

Recuerdo cuando llegué a Cataluña cómo se construían nuevos barrios de forma imparable y de manera un tanto desordenada con el fin de dar cobijo a todos los emigrados que venían a trabajar sobre todo a las grandes fábricas auspiciadas por la dictadura franquista.

Como a su vez se montaban industrias que suministraban elementos para las grandes empresas y otras varias que fabricaban materiales para la construcción de las viviendas que necesitaban los recién llegados, quedamos todos metidos en una rueda de consumo sin fin que no hacía si no reinvertir lo conseguido en tu empresa en la industria del vecino, que a su vez hacía lo mismo con el de al lado; total que el sueldo de unos pasaba a manos de otros y así sucesivamente. Como a todo esto la gente tenía que emigrar de sus lugares de origen si quería unirse al carro del mal llamado progreso resultaba que unas zonas quedaban despobladas en beneficio de otras que a su vez tenían que proceder a construir nuevas instalaciones para dar servicio a tanto recién llegado y paradójicamente quienes construían estos nuevos equipamientos resultaban ser los venidos de otras latitudes.

Yo entonces me preguntaba: ¿No sería más fácil montar las industrias motrices en las zonas de donde procede este caudal de gente y así evitar la emigración? ¿No es de sentido común construir donde hay tierra yerma sin necesidad de derribar lo ya construido?

Ahora resulta que la rueda se ha parado, las grandes fábricas no venden su producción y las que dependen de ellas tienen que cerrar a su vez por que no tienen a quien vender lo que fabrican.

Ahora se plantea otro gran problema: vivir aquí es caro, moverte por la ciudad te sale por un pico, pagar el mantenimiento de los servicios creados en su día tiene que salir de los ciudadanos, como éstos se crearon en época de abundancia no se reparó en que serían costosos de mantener; como estos servicios encarecieron el suelo, los pisos se pusieron por las nubes obligando a las familias jóvenes a irse fuera a vivir, las expropiaciones terminaron por diezmar la población, con lo cual el reparto de gasto se divide entre un número cada vez menor de población.

Ahora el número de vecinos que no puede pagar se multiplica, la ciudad no puede pararse y tiene que mantener las infraestructuras, las grandes firmas cierran sus puertas y se marchan buscando producciones más baratas, la población envejece a marchas forzadas. ¿No puede ser que llegaremos a ser una ciudad fantasma? ¿No tendremos que reconvertir los parques en huertos familiares? ¿Los grandes hoteles construidos al amparo del boom turístico tendrán que ser reconvertidos en residencias para la tercera edad? ¿No empezarán algunos barrios a independizarse del resto para poder subsistir? ¿Será el autoabastecimiento valorado como el progreso ideal dentro de poco? ¿Empezaremos a valorar el trueque como intercambio natural de bienes y servicios?

La verdad que el baño de humildad que estamos padeciendo puede ser traumático para muchos pero necesario para la mayoría, y lo malo es haber quemado el barco que ahora nos permitiría iniciar el regreso.

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona