sábado, 18 de abril de 2009

HISTORIA DE UNA HISTORIA QUE NUNCA SUCEDIÓ

Yo sé que tengo una fama de tacaño y “agarrao” que me he ganado a pulso de la que no estoy orgulloso pero tampoco me molesto en defenderme. Pero rechazo de plano la historia que me persigue desde mi infancia y que con el tiempo se ha quedado como autentica.

Bien es verdad que las visitas solían traer a casa caramelos para los niños caramelos que podían ser mas o menos abundantes e incluso mejorar en calidad si era tu santo o tenías anginas.

Yo trataba de dosificarlos ya que había quien se los zampaba de una sentada y después tenía que esquilmar a quien tuviera mas cerca. Tanta dosificación hacía que alguno de los caramelos se pusiera gomoso sin que hiciera falta mucho tiempo, de modo que el caramelo y el papel se hacían una pasta pringosa que si tratabas de pelarlos con las manos se te quedaba la mitad del caramelo en el papel, así que tenías que comértelos con papel y todo si querías sacar algún provecho del desaguisado. ¡Claro! Si la cantidad no era mucha la cosa podía tener una salida digna, pero como un servidor hacía mas por almacenar que por equilibrar la mercancía, la cosa se complicaba.

Hete aquí que un día vi al caramelero que se ponía en la puerta del colegio y como por diez céntimos daba tres caramelos peores que los míos me dije: “Ésta es la mía: cojo mis caramelos y hago negocio”. Claro que la tentación del negocio era mucha pero las ansias por aquellos dulces de color naranja me traían la conciencia un poco encontrada.

El primer arranque fue bueno y agoté la mercancía nada más dar las primeras voces de que por el mismo precio yo daba los caramelos más gordos, pero la cosa empezó a complicarse cuando los gordos se acabaron y ya los gomosos no los quería nadie. La solución fue de dar un caramelo más por el mismo precio, al final me quedaron algunos para mí pero tan churretosos estaban que ni del bolsillo querían salir.

El fin de semana siguiente repuse la mercancía y sabiendo ya que de los churretosos no podía sacar mucho provecho, se me ocurrió la feliz idea de cambiarles el papel. Así que ahí me tienes reciclando papeles de caramelo por donde fuera con tal de que estuvieran limpios y a ser posible sin arrugas. La cosa se complicó cuando había caramelos con más de un papelito o cuando siendo de café con leche el papel decía que eran de menta.

En este trasiego de cambios de embalaje siempre andaba algún hermano pequeño alrededor y que si te ayudo, que si te los limpio o que si este papel te lo traje yo lo cierto es que más de uno se pasó en la limpieza y hete aquí que el caramelo flamante y gordo se quedaba chuchurrio y esmirriao que daba asco verlo. Total que ahí me tienes endosándole dos o tres papeles mas para recomponerlo y que pareciera más gordo; al final tanto envolver parecía mas una butifarra que un caramelo en condiciones.

Este caramelo pasaba por supuesto al apartado de “tarados y con defectos” y así no tuve mas remedio que iniciar una línea de ventas para saldarlos a precio de ganga.
Y aquí viene la infrahistoria: alguien empezó a correr la voz de que yo vendía caramelos chupados, lo cual no era cierto, yo vendía los caramelos con tara mucho más baratos que los otros pero no por que estuvieran chupados sino porque en la manipulación habían quedado dañados y debido a su falta de imagen me veía obligado a crear la sección de saldos.

El puñetero de mi hermano Juanma es el que se aprendió el truco de querer confirmar si de verdad el sabor se correspondía con lo que decía el papel, y ahí lo tienes queriendo chuparlos todos a cambio de nada; y llegó a pasarse tanto en la confirmación del resultado que más de uno se le fue por las tragaderas sin reparar en si de naranja o de limón, yo casi llegué a pensar en ponerle una cuerda a cada caramelo para tirar de ella al transcurrir unos segundos pero no llegó el caso. Como yo me pusiera intransigente en la forma de catarlos empezó a correr la voz de que yo vendía los caramelos chupados, de manera que me impedía su venta y así tenia que caer en su estratagema a la cual se apuntó enseguida mi hermana Charo.

Quede claro pues que yo no vendía caramelos chupados, fueron mis hermanos los que corrieron la voz para estropearme el negocio. De tal forma se ha engordado la historia que ahora me persigue allí donde voy sin que hasta ahora me haya sido posible desmentirla ni yo lo haya intentado, o quizá fue verdad y no me acuerdo, o quizás no me acuerdo pero fue verdad..... Si no fue verdad mereció serlo, pues a cuenta de esta historia nos hemos reído infinidad de veces todos los hermanos, y no solo eso también nuestros hijos y mucho me temo que también nuestros nietos.

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona