viernes, 5 de marzo de 2010

GRANDES INUNDACIONES EN SALAMANCA (Del anaquel de los libros antiguos)

Huracanadas ventisqueras y muy grandes lluvias determinaron ayer que el río se mostrara embravecido y furioso, sembrando miedo y destrucción en la comarca y pavor a su paso por la ciudad, arrastrando en su ímpetu las casas de la ribera y llegándose con sus embestidas a las mismas puertas hizo peligrar las casas de junto a la muralla, enfangando los arrabales y trayendo muchas muertes por ahogamiento, dándose por perdidos todos los animales, tanto de tiro como de granja, sustento y apaño de los muchos vecinos de las tenerías, dejando a su paso toda suerte de calamidades. Eran de ver los clamores de la gente al contemplar cómo las aguas se engullían las fábricas de tundir y abatanar. El mismo molino que al amparo de la presa estuvo siempre fuerte ante las crecidas quedó arrasado hasta el punto de temerse que no pueda valer para ningún avío ni se pueda conseguir enderezar para la molienda, dado que apenas sobresale de las aguas.

Cuando toda desgracia parecía colmada, un gran estruendo ensombreció el cielo y estremeció la tierra. Corrieron los vecinos hacia la parte alta de la ciudad y muy fuera de su ser habían de decir a todos los que a su paso encontraron que no osaran acercarse al río porque al parecer estaba maldito y mil y una desgracias parecía traer consigo, hasta el punto de que hubieron de dejar de la mano de Dios sus ya escasas pertenencias de las que se daban por desposeídos en buena hora con tal de salvar la existencia.

Tal fue el espanto que a duras penas alcanzaron a encaramarse a la peña del teso llamado de San Vicente, que por su altura y disposición pasaba por ser refugio natural sin riesgo de ser alcanzados por las aguas dada su altura y escarpamiento; una vez allí no alcanzaban a dar crédito a tanta devastación como era de ver hasta donde alcanzaba la vista. Incrédulos al principio se dieron de manos en boca al darse cuenta de que el estruendo escuchado había sido producido por el derrumbamiento del puente romano que, taponados sus ojos por los troncos, ramaje y cadáveres de animales que arrastraron las aguas, no había aguantado la embestida.

Era el 26 de Enero de 1626, día de San Policarpo, que ocasionó sólo en la capital más de doscientos muertos, nos dicen los cronistas de la época que fue tanta la fuerza de la corriente que se llevó por delante diez de los arcos del puente romano, los más próximos al arrabal. Esta circunstancia hace que el puente más emblemático de Salamanca sea auténtico solo en parte; el resto, fielmente reconstruido, data de una fecha posterior al que mandó construir Trajano, lo que ya no tengo registrado es a cargo de quién corrió la reconstrucción y cómo lo hicieron. Como detalle para el curioso paseante puede observarse la parte renovada por la aplicación de argamasa inexistente en el primer tramo y el detalle de los desagües.

Las recientes inundaciones por tanto ya tuvieron precedente en Salamanca, mi narración no pretende otra cosa que tratar de ambientar la tragedia en la fecha que se cita, que dada su magnitud se recordará siempre como la crecida de San Policarpo.

El detalle menos conocido fue siempre la destrucción parcial del puente romano.

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona