Diríase que el jolgorio que llegaba desde la otra orilla era fruto de la mucha necesidad de desahogo; aquellos estudiantes, aprendices al sobaco y cuchara en el sombrero tenían tomada la orilla del Tormes con sus capas por manteles y hogazas de pan con arreglo de matanza, no había brizna de hierba ni peñasco en la pradera que no albergara alguno de aquellos cervantinos aprendices. La obligada abstención de pecado carnal por cuaresma y lo que eso conllevaba de rondas y jaranas llegaba a su punto final en aquellas barcazas areneras que enramadas para la ocasión con encina y tomillo habían de convertirse en carrozas para aquellas Cenicientas que, obligadas a cruzar el río por tener vedado el paso por el puente, se sentían princesas por un día. El padre de la mancebía se daba a todos los demonios para mantener la calma entre sus pupilas, pero ni el peligro de zozobrar ni la conveniencia de mostrarse sin ofrecerse parecían calar en el comportamiento de aquellas enramadas mancebas que sintiéndose homenajeadas por la masa de estudiantil trataban de distinguir a sus favorecidos en medio de la fenomenal algarabía. El acompasado chapoteo de los remos no parecía impulsar con la presteza suficiente aquella carga más propia de la Celestina que de canónigo de manteo y alzacuellos y no pocos estudiantes salían a su encuentro con barcas de pescadores que a fuer de traspasar peso de lugar mantenían en pugna varias barcazas en medio del río con el peligro de irse a pique o desnaturalizar algún corpiño.
No lejos de allí aunque al abrigo del puente romano las gentes del pueblo observaban la llegada de aquel variopinto y folclórico devenir de barcas, almadrabas y chalupas; ocasión única para curiosear y conocer a las mancebas tuteladas por el Padre Lucas, canónigo conocido mas bien con el nombre de Padre Putas, pues tal era su principal trabajo, prueba de ello es que en la mancebía debía procurarles, catre, botica, silla, candil y estera.
Aquellas meretrices que tenían que distinguirse obligatoriamente por el color pardo de sus enaguas tenían en ello especial cuidado so pena del multa de trescientos maravedíes, la cual cosa no hacía sino que fuera su modo de incitación y no desaprovecharon momento ni ocasión para remangarse las sayas y dejar a la vista sus PICOS PARDOS para regocijo de todos los presentes. Una vez en tierra la grey estudiantil desgranaba entre condumio y bebercio sonetos, canciones y chascarrillos a cuál más picante y atrevido poniendo al Padre Lucas en el aprieto de perder alguna feligresa por el camino.
Como quiera que el paso del río se celebraba siempre el lunes de la octava de Pascua, ha quedado instituida en Salamanca la fiesta del LUNES DE AGUAS día en que las familias siguen bajando al río degustando el típico hornazo y al tiempo y sin pretenderlo hacer patente el origen de la palabra RAMERA (las pasajeras de las barcas enramadas) y lo de PICOS PARDOS por el color de sus enaguas.
La figura del Padre Lucas se sigue recordando aunque con la definición de Padre Putas que sigue persiguiendo a la chiquillería por las calles en las fiestas populares reencarnado en uno de los cabezudos que verga en mano trata de tomar venganza por el insulto después de mas de setecientos años.
Como la celebración coincide con el próximo lunes estoy seguro que en muchos hornos salmantinos se huele ya al inigualable hornazo sin que falte la flauta y el tamboril para poner aire de jota al recuerdo de aquellas rameras, que dieron origen a un vocabulario propio y con el paso del tiempo a un producto de la tierra mundialmente conocido.
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