jueves, 1 de abril de 2010

Tiempo de tinieblas

Los santos oficios resultaban tenebrosos, el sonar de las carracas, la frialdad de la enorme iglesia de piedra y los crespones negros que cubrían las imágenes de los santos parecían destinados a que aquel crío tuviera pesadillas por las noches y soñara con telúricas apariciones. Él estaba semiescondido entre los bancos de madera escapando de las miradas de las mujeres que a toda costa reclamaban su atención, también le dio miedo el sermón del dominico que desde el púlpito con grandes gestos y voz de ultratumba no hacía más que echarles la culpa de la muerte de Jesucristo clavado y desangrándose en aquella cruz después de azotarlo y de darle a beber vinagre. La angustia lo tenía sobrecogido un enorme cirio parecía ser la única luz en aquel ambiente lúgubre y sombrío y solo faltó ver al sacerdote tendido en el suelo durante un rato para que le entrase un frío por todo el cuerpo que le disparó las ganas de hacer pis. Ahí comenzó el baile de San Vito, ocupada una mano en la carraca y la otra en la entrepierna intentó contener lo incontenible a base de presionar aquella espita traicionera que no hacía más que gotear en un abrirse camino formando un globo.

Cuando ganó la calle le pareció volver a la vida, una bocanada de aire fresco llenó sus pulmones al tiempo que una catarata húmeda y caliente corría piernas abajo inundando parte del empedrado. El sopapo no se hizo esperar y más por quedar bien con las amigas que por el propio castigo recibió una soberana reprimenda por parte de su madre en la que quedó muy claro la importancia de haberse meado las sandalias que había estrenado el domingo de ramos.

Las calles parecían estar también de luto, nada podía distraer aquella especie de duelo general por la muerte de Jesucristo y la orden tajante de cerrar todos los establecimientos era cumplida sin rechistar, incluidos bares y cafés. Nada ni nadie escapaba a la obligación de sentir dolor por aquella muerte, las calles aparecían llenas de gente enlutada caminando con voz queda y en grupos familiares; las señoras ataviadas con velo o mantilla negra portaban unos misales gordos como botijos por la cantidad de estampas que habían metido dentro y del brazo de los maridos controlaban a la plebe para que no se distanciase.

Húmedo como estaba el chaval recorrió las siete estaciones para conseguir la indulgencia de los pecados, porque había dicho el cura que el infierno estaba cerca y no era cuestión de exponerse a padecer toda la eternidad si todo se podía solucionar visitando unas cuantas iglesias; la cosa le llegó a resultar entretenida por la cantidad de velas que ardían en cada una y la espectacularidad en la exposición.

Lo que no tenía claro ni tampoco su madre era si con estas visitas también se perdonaba haber comido carne sin haber pagado la bula, y es que la buena mujer había puesto toda su intención pero como le llegaron pagos de la botica no le alcanzó para pagar la bula de todos y solo había pagado por el marido, para que así pudiera comer más fuerte y hasta ración del cocido para trabajar en la obra; lo malo del caso es que habían comido todos de aquellos guisos y por la tanto estaban en muy grave pecado mortal. Su madre lo tranquilizó explicándole que él no tenía culpa de nada porque era muy pequeño lo cual no hizo más que angustiar más al pequeño porque su madre comía más de caldo que de tropezones y siempre decía que estaba ahíta cuando todos sabían que era para echarle a ellos la sustancia. ¿Encima tenía que pagar?

El chico pensó que la semana santa estaba llena de angustia y muerte para engañar a los pobres porque además de no tener dinero tampoco podían comer y si eso no era poco además tenían que pedir perdón por ello.

2 comentarios:

  1. Muy tétrico está usted hoy; cada tiempo tiene su afán y aquellos tiempos eran así, se le nota cabreadillo

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  2. tu artículo me ha hecho recordar también la semana santa de mi infancia, de frío lluvia y oscuridad, y la retrataba a la perfección.
    todos los predicadores insistían en lo mismo, lo malos malísimos que somos los feligreses y nos culpaban directamente de algo que había ocurrido hacía casi 2.000 años y de lo que evidentemente no teníamos culpa ninguna. aún recuerdo uno que cada día nos decía que éramos unos gusanos que roían las entrañas de la virgen y el corazón de jesús.
    y hoy en día veo con rabia cómo esa misma iglesia trata de justificar y ocultar los muchos casos de pederastia (alguno de mis compañeros de clase me hablaban de extraños toqueteos y abrazos por parte de algúno de los religiosos que nos desasnaban), y veo con rabia cómo pretenden negar la colaboración de la iglesia con el nazismo y el nacional catolicismo y veo con rabia cómo la iglesia se inmiscuye en la política, pero sólo cuando gobiernan unos, y veo con rabia cómo la iglesia se vuelve mercachifle de perdones y divorcios con nombre cambiado sólo para los que pueden pagarlo, y veo con rabia como la iglesia está encastillándose más en el fundamentalismo.
    y veo con rabia cómo la palabra de un guía de la humanidad se está trocando en un oropel hueco, de ritos sociales y donde cuenta más la apariencia y la figuración que los hechos.
    no es ésa la iglesia ni la doctrina que emmanuel hijo de josé predicó. por eso me aparté de esta iglesia que en lugar de ser la iglesia del amor y el perdón es la de la intolerancia y el odio.
    los hombres hemos perdida otra oportunidad más de ser mejores.
    y no quiero decir con toda esta parrafada que no existan religiosos honrados y seguidores de corazón, que nadie infiera que estoy generalizando.

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona