Juntos para cantar, juntos para vivir, juntos para seguir; esa fue la llamada a la que acudimos los vecinos y amigos del barrio de Montbau para conmemorar con ellos su cincuenta aniversario, un barrio joven a los pies de la sierra de Collserola donde la unión de los acentos y la proliferación de orígenes lo hacen mas fuerte, más plural, más versátil.
El canto final, una preciosísima sardana escrita por su autor para el propio barrio, unificó a todos los grupos que habíamos actuado por separado, enraizando tradiciones y simbolizando al mismo tiempo la voluntad de sumar esfuerzos para conseguir el bien común.
En este pensamiento estaba yo al cruzar la plaza de San Jaime esta mañana, la manifestación de funcionarios comenzaba a formarse, estridentes pitidos y ensordecedoras sirenas hacían imposible cualquier entendimiento, las pancartas llamaban a la huelga, las octavillas parecían mariposas imposibles sobrevolando sobre las cabezas hasta posarse en el suelo y más de un coche se unió al alboroto a golpe de claxon haciendo con todo ello de la plaza una caja de resonancia imposible de soportar.
Dos manifestaciones distintas, y dos maneras de congregar a los ciudadanos una para unir y otra para discrepar. Mientras me alejaba de la plaza pensaba dónde estaría la partitura que uniera a los de la plaza de San Jaime, quién tiene la batuta para dirigir este coro hacia la entonación correcta y el afinamiento debido. La prensa nos dice que el mundo es una coral estridente con directores incapaces y solistas desafinados, que se dejan colar corrientes traicioneras por mil grietas, ocasionando catarros y no pocas pulmonías.
Ahora les toca el turno a los distribuidores de las partituras a los que hasta ahora escribían al dictado sin arriesgar nada en el concierto coral, a los que los nervios de las actuaciones los pasaban entre bastidores. Estos son a los que ahora les dicen que les tocará escatimar la tinta y les racionaran el papel. A partir de aquí ¿Qué será de nosotros los cantores?
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