“¡De la puerta de Zamora no se puede pasar!” Aguerridos milicianos con las escopetas a punto y trabucos en tercerola, montaban guardia haciendo pared con la iglesia de San Marcos mientras un grupo de paisanos, azadón y pala en ristre, cavaban una zanja a lo ancho de la calle lo suficientemente profunda como para protegerse de los disparos enemigos. Tablones, troncos y materiales diversos se encontraban apilados delante de los taludes de tierra; unos, empeñados en dar más profundidad a la zanja y otros en la idea de levantar una empalizada que diera mayor cobertura a los defensores y al mismo tiempo dejara aspilleras de tiro situadas estratégicamente. El silencio que precede a los grandes y graves acontecimientos sólo era roto por el jadeo de esforzados defensores y el golpe de las herramientas, unos y otros se afanaban sin descanso manejando con destreza el destral, el zacho y la azuela al tiempo que, palanqueando, conseguían mover las enormes piedras que desenterraban al cavar los bastiones defensivos. Por aquella parte de la ciudad se esperaba el ataque más fuerte ya que Valladolid contaba con muchas fuerzas acuarteladas y, según las noticias, eran varios batallones los que venían sobre la ciudad.
La defensa en aquel punto estaría perfectamente consolidada en pocas horas mientras les llegaban noticias de que en la puerta del río se trabajaba con denuedo, preparándose para defender la entrada y repeler cualquier ataque que pudiera llagar desde el otro lado del puente, ya que desde Béjar y Ciudad Rodrigo también se anunciaba el avance de tropas sobre la capital.
El suministro a cargo de las mujeres de la vecindad se había convertido en un constante acarreo de cestos y cantimploras, las armas provenientes de la requisa se ponían a punto por parte de los somatenes y más de una casa señorial había perdido su colección de armas de bancarga en beneficio del incipiente anarquismo. La falta de uniformes hacia del gorro frigio la prenda identificativa y no pocos mozalbetes imitando a los mayores trataban de organizarse marchando militarmente detrás de cualquier tambor o cornetín que se escuchara.
Alguna de las mansiones abandonadas a trompa y talega estaban siendo habilitadas como hospitales haciendo de las sábanas y manteles vendas y apósitos para los posibles heridos en la encarnizada defensa que se avecinaba; nadie tenía nada propio, todo estaba a disposición de la causa revolucionaria y todas las manos eran pocas para contribuir y aprestarse a la defensa de la ciudad y sus ideales.
En un momento dado y desde la torre de la catedral las campanas tocaron a rebato. Todo el mundo acudió a sus puestos, los más a la defensa en las murallas, las mujeres cobijaron a los niños y atendían fogones y hornos de la ciudad según lo previsto para asegurar el suministro, las calles quedaron desiertas y el silencio se apoderó de la capital dando la sensación de aprestarse para revivir una nueva Numancia. Pasaron los minutos esperando los primeros cañonazos...
Nada de esto ocurrió, los sitiados parlamentaron con el gobierno, los defensores no serían represaliados siempre que depusieran su actitud; la tensión se fue relajando y un nuevo toque de campanas anunció que el peligro había pasado; de esta manera se desvaneció el intento de Salamanca por ser independiente. Esto ocurrió en 1873 tiempos de la Primera República y en lo que se denominó El Cantón Salmantino, precedente sin duda de un anarquismo hasta entonces desconocido y que trató de constituir una Republica Federalista junto con otras ciudades como Ávila, Cádiz, Cartagena, Castellón... Si a esto añadimos que nombraron presidente de dicha Republica a Pi i Maragall, veremos que la historia independentista no es tan distinta ni tan distante.
Las pérdidas del Cantón Salmantino se cifraron en cincuenta mil reales que pagó el Ayuntamiento y puede decirse que a diferencia de otras capitales no se derramó una sola gota de sangre pero tampoco guarda la ciudad ningún recuerdo de este lance.
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