Mil veintidós son los muertos que
ya no serán verdad cuando este escrito salga a la luz, dejarán de ser sumados
los que intentando vivir se alistaron a morir y los quisieron morir por
librarse de vivir, donde la vida no es más que un accidente y la muerte una
liberación en un mundo de esclavos de otros esclavos a los que se les amputó el orgullo y la
dignidad sirvió de alfombra en la entrada de cada fabrica y en la puerta de
cada taller.
Bangladesh no son los EEUU donde su
tragedia es la tragedia de todos y su dolor patrimonio de la humanidad, tres
personas esclavizadas durante diez años son noticia mundial por que aparecieron
vivas, el mundo entero se horroriza y no hay noticiero que no haga su apertura con
la foto del desalmado que fue capaz de este
tormento atroz e inhumano, pero nadie expone las fotografías de los
verdugos de Bangladesh, tampoco la relación de las marcas para las que
trabajaban, tampoco el precio de cada prenda, tampoco el horror de cada vida.
El periodismo limpio y libre sigue
teniendo campos acotados y si todo coto tiene su amo y cada amo tiene su
rehala, aquí nos falta el cazador furtivo que nos enseñe a los verdaderos
beneficiarios de esta tragedia, aquellos que aprovechándose de un secuestro colectivo de inimaginables
proporciones se beneficia pagando salarios de miseria en un mercado de
supervivencia consiguiendo unos beneficios tan deshonestos como la falta de escrúpulos del secuestrador estadounidense,
tomar conciencia de que al consumir sus
productos estaríamos participando de la miserable explotación de un semejante seria
admitir nuestra complicidad en su
explotación y su secuestro .
La policía de EEUU llamó varias veces a la
puerta donde mantenían encerradas a las víctimas y ante la falta de respuesta dieron
por concluido su trabajo acogiéndose al derecho
constitucional de inviolabilidad de una propiedad privada y son ahora los propios vecinos los que elevan
a la categoría de héroe al consumidor de hamburguesas que derribó la puerta a
patadas sin encomendarse a otra ley que no fuera la del derecho a la vida y la emergencia de una
situación. En la India no había puerta
que derribar ni policía a la que acudir,
las paredes del edificio de siete plantas amenazaban ruina inminente sin
necesidad de traspasar umbral alguno pero nadie paró las maquinas y estas siguieron trabajando en turnos
ininterrumpidos convirtiendo la construcción en una ruleta donde la vida o la
muerte dependía del péndulo de la suerte.
En la prensa diaria la noticia de
la india ha pasado a páginas interiores donde
tan solo un pequeño recuadro sigue mencionando el goteo de victimas, justo al
lado y en gran alarde tipográfico las ofertas de marcas exclusivas y grandes almacenes
exhiben sin ningún pudor el fruto de un salario con marchamo de sangre y vitola
de dolor.
SI AHORA NO LLORAS SUS MUERTOS
PRONTO LLORARAN TUS VIVOS
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