Cuando llega el cambio de
temporada tengo la impresión de que aparecerán aquellos zapatos negros con cordones
redondos y punteras reforzadas, que una vez desechados por mi primo Federico
llegaron a mi casa en olor de calidad y
salmos de buen estar.
Mi primo Federico dicho sea
de paso tenía un buen pisar sus zapatos
mantenían la forma correcta y la arruga justa, lo malo es que no coincidían
conmigo y yo por devoción y pretensión
quería meterme dentro de aquellos zapatos fuera como fuera pues siendo negros, piel de becerro y suela de goma seria la
envidia de mi pandilla y la admiración de los vecinos.
Pero aquellos puñeteros
zapatos tenían un problema, mi primo calzaba dos o tres números más que yo y así
no había manera de que se produjera el traspaso de generación, mi madre
empeñada en que ni un par de platillas resolvían aquello y yo que a lo mejor con
dos calcetines conseguía rellenar el hueco total los zapatos se quedaron sin
dueño y dispuestos en espetera hasta encontrar al ceniciento que calzara su
número y se los llevara como en el cuento de la calabaza presumiendo de ellos sin un primo Fede que
llevarse al libro de familia.
Pero la impotencia me
consumía y aquella caja de zapatos guardada en alacena sin destino conocido y
sin amo concebido llegó a ser mi obsesión y ya a ratos y ya a escondidas ensayé
todas las maneras de cómo rellenar la desproporción de horma y norma para salir
a la calle.
Dos plantillas de cartón y un
par de calcetines de pura lana y además una vuelta de cordón por el tobillo parecieron
ser la solución ideal y de esta guisa o de aqueste modo este que suscribe
irrumpió en la calle decidido a mostrar la mas galante fisonomía y nuevo estilo
de la moda salmantina.
No me fue bien tengo que
admitirlo; los chavales ni se inmutaron
ante mis zapatos, tampoco las mujeres del barrio ni los fumadores a escondidas,
tampoco nadie me preguntó por la procedencia ni tampoco pude presumir de
punteras jugando al futbol por miedo a que el zapato saliera disparado; bien
sabe dios que ya comenzaba a no estar muy seguro de que mi aliño cuando mi
madre apareció y aquí los zapatos se me convirtieron en arapeas.
La escalera la enfilé bien,
los primeros escalones no opusieron
resistencia pues los gané de un salto pero al
tratar de normalizar el paso para dar sensación de normalidad calculé mal la
distancia o por mejor decir calculé la distancia a pie descalzo sin tener en
cuenta que el zapato terminaba dos centímetros más allá, el primer tropezón lo
salvé, el segundo un poco menos y ya en el tercero di de narices en el rellano de
la escalera al tiempo que maldecía mi mala conciencia, un zapato quedó prendido
a mi pie por el cordón del tobillo el otro mal que bien trastabilló pero a si y
todo conseguí ganar terreno amigo y al desprenderme de aquellos borceguíes los
volví a su lugar mientras juraba en
siete lenguas, que mi primo Fede debería ser una jirafa.
Vueltas las cosas a su sitio no
pregunté mas por aquellos zapatos y solo después de unos días cuando vi que sus
cordones colgaban de un clavo de la alacena me di cuenta de que aquel era el trofeo
de una pieza que estuvo en mi punto de
mira y se me había escapado por falta de herramientas y desproporción
insuperable.
Ahora cuando desecho unos
zapatos siempre guardo sus cordones, no me pregunten por qué, pero llamaré a mi
primo Federico para ver que numero usa actualmente y si por favor puede
reenviarme un par de sus zapatos negros para aprovechar aquellos cordones y superar
mi trauma.
El reciclaje lo inventó la necesidad, los políticos le
pusieron el nombre.
TRAJE DE BUEN REVES CUIDELO MI HERMANO YO LO ESTRENARÉ DESPUES
Que grande eres Joaquín.
ResponderEliminarMe he reido con tu comentario tan añejo ya, que es difícil de recordar.
Cuantas vivencias hemos pasado en los cortos minutos que es nuestra vida.
Un abrazo primo