Cabo
de esclavos servil vigilante
Golpes
de sordo ciego a la vida
Pateas
vestigios; desechos de gente
Rompiendo
la noche de almas sin vida
Amasijo
de harapos; quijada saliente
Jaula
de fuelle enclenque y hundida
Nariz
troquelada de cuerpo sin vientre
El golpe lo
gime, se engalla, se yergue
Rectando inseguro
su mal lo acluquilla,
Turbulento es
el rio que marca su vida
Turbulentas
las aguas sin vado ni orilla.
Insensibles condenas
son hoy su divisa
Cicatrices en
brazos su triste equipaje
Desdentada su
boca cual onda aspillera
Desecho y
desguace de un mal cabotaje
Hondones de calleja
sucia y vieja
De hediondos
portalones maquillaje
Revoltijo de
mantas y de olores
Humedades, vomiteras
y pillaje
Recupera su
aguadera nuestro hombre
Su bolso zurrón
y una botella
Ensarta tres
pasos y la rompe
Despertando a su
hermana, su colega
Se aproxima a
la dama que murmura
Rebujada en un colchón
tirada en tierra
Sus miradas se cruzan, se comprenden
Se paran, se huelen,
cambian jerga
Alarga su mano
temblorosa
Pide a la mujer que no entretenga
Colilla,
botella, charco, birra
Cariño, calor, desprecio,
pena
Brazo flaco,
hueso y vena
Chute, jeringa,
dosis, gangrena.
Charco sucio
negro espejo
Bolsas fardo su
alacena
Acaricia y
acicala aquel trebejo
Al que atusa y
recompone la melena
Y enhebrando su
cintura pone un beso
En la cara de quien
fue su Macarena
De calle Escudellers es el despojo.
Piedra
ennegrecida por la pena
Camino de mil
seres en ocaso
Pasarela de mil
chutes en la vena.
J.
Hernández
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