sábado, 9 de agosto de 2014

CUARTO MENGUANTE

El hielo crujía bajo sus pies, la extraña sensación de ser engullidos por la niebla les daba un aspecto fantasmal, sus atuendos  atiborrados de prendas de lana churra y gorros orejeros  hacían imposible su identificación y solo su complexión aportaba  algún dato identificativo, perdidos como estaban en medio del bosque y con una orografía cambiante las extrañas criaturas quedaban mimetizadas entre los arboles de aquel  bosque  cuyas especies proliferaban con rapidez vertiginosa.

El ruido de las hachas comenzaron a herir el silencio, la fuerte expiración que acompañaba cada golpe parecía empujar aquel acero hasta llegar al alma dormida de aquellos arboles que obedeciendo  la ley de la naturaleza ahora en cuarto menguante acunaban su sabia al amparo de  las raíces. El crujir de las ramas   ponía en atención a los intrépidos moradores hasta que el grito de: ¡Leñaaaaa! expandía su eco por aquel bosque ahora dormido entre una bruma que por espesa convertía en lágrimas de hielo cualquier atisbo de aumento de temperatura en las copas más altas.

Los monstruos de más de diez y doce metros de altura iban cayendo uno tras otro momento en que los pequeños seres limpiaban de ramaje y morralla aquellos troncos que por su rectitud y grosor habían sido señalados como idóneos por los maestros de cantería. Las jornadas agotadoras tenían siempre momentos de relajación alrededor de la hoguera encendida previamente en torno a la cual la carne asada y el odre de vino reponían fuerzas e insuflaban nuevos bríos.

Llegada la primavera y convocados los vecinos con jamelgos y arreos propios para el arrastre fueron sacando los troncos hasta un claro del bosque dejando tras de sí trochas marcadas en un paraje tan salvaje que pareciera arrancasen dientes centenarios a puro dolor. Desbastados los troncos y con ayuda de gruesas maromas y fueron izados a golpe de carrucha, hasta dejar asentadas sus vigas en los alcorques practicados en las paredes de piedra y una sensación de triunfo recorrió el pueblo cuando la última de aquellas doce bigardas quedó fijada en la cumbre del tejado al cual estaban destinadas, lo que dio paso a un esplendido alboroque.

Este pequeño cuento no lo es en todo su contenido, yo he sido testigo de una pequeña parte de esta experiencia en un pueblecito del pre- pirineo aragonés y habituado como estoy a consumir productos y materiales manufacturados  de las grandes superficies quedé sorprendido con lo poquito que necesitamos para vivir si nos adaptásemos al medio natural respetando sus  ciclos y  favoreciendo su desarrollo.


CUARTO MENGUANTE CORTA LA LEÑA SI QUIERES QUE AGUANTE

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona