El hielo
crujía bajo sus pies, la extraña sensación de ser engullidos por la niebla les
daba un aspecto fantasmal, sus atuendos
atiborrados de prendas de lana churra y gorros orejeros hacían imposible su identificación y solo su
complexión aportaba algún dato
identificativo, perdidos como estaban en medio del bosque y con una orografía
cambiante las extrañas criaturas quedaban mimetizadas entre los arboles de
aquel bosque cuyas especies proliferaban con rapidez
vertiginosa.
El ruido de
las hachas comenzaron a herir el silencio, la fuerte expiración que acompañaba
cada golpe parecía empujar aquel acero hasta llegar al alma dormida de aquellos
arboles que obedeciendo la ley de la
naturaleza ahora en cuarto menguante acunaban su sabia al amparo de las raíces. El crujir de las ramas ponía en atención a los intrépidos moradores
hasta que el grito de: ¡Leñaaaaa! expandía su eco por aquel bosque ahora
dormido entre una bruma que por espesa convertía en lágrimas de hielo cualquier
atisbo de aumento de temperatura en las copas más altas.
Los
monstruos de más de diez y doce metros de altura iban cayendo uno tras otro momento
en que los pequeños seres limpiaban de ramaje y morralla aquellos troncos que
por su rectitud y grosor habían sido señalados como idóneos por los maestros de
cantería. Las jornadas agotadoras tenían siempre momentos de relajación
alrededor de la hoguera encendida previamente en torno a la cual la carne asada
y el odre de vino reponían fuerzas e insuflaban nuevos bríos.
Llegada la
primavera y convocados los vecinos con jamelgos y arreos propios para el
arrastre fueron sacando los troncos hasta un claro del bosque dejando tras de sí
trochas marcadas en un paraje tan salvaje que pareciera arrancasen dientes
centenarios a puro dolor. Desbastados los troncos y con ayuda de gruesas
maromas y fueron izados a golpe de carrucha, hasta dejar asentadas sus vigas en
los alcorques practicados en las paredes de piedra y una sensación de triunfo
recorrió el pueblo cuando la última de aquellas doce bigardas quedó fijada en
la cumbre del tejado al cual estaban destinadas, lo que dio paso a un
esplendido alboroque.
Este pequeño
cuento no lo es en todo su contenido, yo he sido testigo de una pequeña parte
de esta experiencia en un pueblecito del pre- pirineo aragonés y habituado como
estoy a consumir productos y materiales manufacturados de las grandes superficies quedé sorprendido
con lo poquito que necesitamos para vivir si nos adaptásemos al medio natural
respetando sus ciclos y favoreciendo su desarrollo.
CUARTO MENGUANTE CORTA LA LEÑA SI QUIERES
QUE AGUANTE
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tiene a su disposición este espacio para sus comentarios y opiniones. Sea respetuoso con los demás