Narfi asomada a la alambrada intenta por todos los
medios enseñar a su inseparable compañera
de trapo el país de las bicicletas abandonadas, su auto conversación
monologada trata de transmitirle tranquilidad y esperanza recordándole su
antigua aldea donde apenas unos cartones les amparaban del un sol de justicia y
noches de frio helador, aún recuerda como su madre dolorida y cansada regresaba
cada noche para dejarse caer en el jergón arrumbado a un lado de la cocina y
como recuperadas las fuerzas trataba de calentar un sopicaldo donde vaciaba las
sobras conseguidas en el mercado.
La madre de
Narfi trabajaba confeccionando prendas para una empresa que decían se vendía en
el extranjero, unas prendas que su madre nunca podría comprar con las pocas
rupias que cobraba al final de su jornada y de las que ni siquiera se le
permitía desperdiciar unos centímetros de hilo lo que le supondría una sanción
y en el peor de los casos el despido fulminante. Su salario no daba para mucho
y a pesar de su interés por alcanzar una mayor producción intentando no
distraerse ni para sus necesidades más intimas su capacidad había llegado al
límite y sus doce catorce horas de jornada ya resultaban insuficientes para
mantener el ritmo de producción impuesto por sus empleadores.
Una noche los
padres de Narfi cuchicheaban mientras releían un carta llegada del otro lado
del mundo donde su primo les explicaba que en las ciudades europeas las
maquinas de lavar, los televisores y las
neveras aparecían abandonados en las calles y como entre varios amigos habían reparado un coche
de los que la gente regala cuando querían un modelo más moderno, la carta
incluía una foto donde los tres niñitos de la pareja remitente montaban magnificas
bicicletas recuperadas así mismo entre las abandonadas en las calles dejando
ver a su espalda su magnífica vivienda con techo de lata y paredes de ladrillo.
Los padres
de Narfi estuvieron varias noches titubeando pero al fin se pusieron de
acuerdo,
vendieron sus cosas y acudieron a un prestamista hasta reunir el dinero necesario
para seguir los pasos de sus parientes, en unos meses estarían al otro lado del
mar donde la vida les ofrecería las oportunidades que aquí nunca podrían encontrar, con
este pensamiento se despidieron de su aldea llevándose a los más pequeños mientras
dejaban a los mayores al cuidado de los parientes.
No había
pasado mucho tiempo y en su nueva vida no le resultaba tan difícil encontrar el
sustento necesario, esa tarde se había
parado ante un televisor, las noticias mostraban la desesperación de los emigrantes detrás de
la alambradas tratando de entrar en Europa, también hablaban de ahogamientos y
precarios rescates, un llanto amargo lo desbordó y al llegar a casa abrazándose
a la muñeca que había sido compañera de viaje de su hija pequeña gritó entre
sollozos lo injusto de la situación, aquel cuerpecito de trapo embutido con la
arena y el polvo de su aldea amortiguo los lamentos del hombre que clamaba por el
fin de la explotación y el expolio para que nadie tuviera que salir de su país.
Las caras de sus hijos mayores maltratados al otro lado de la alambrada desencadenaron
su rebeldía.
CUANDO LAS MIGAS DE LA MESA DEL RICO ZABULÓN NO FUERON SUFICIENTES LOS
EXCLAVOS SE REVELARON
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