lunes, 31 de agosto de 2015

EL PAIS DE LAS BICICLETAS ABANDONADAS

Narfi  asomada a la alambrada intenta por todos los medios enseñar a su inseparable compañera  de trapo el país de las bicicletas abandonadas, su auto conversación monologada trata de transmitirle tranquilidad y esperanza recordándole su antigua aldea donde apenas unos cartones les amparaban del un sol de justicia y noches de frio helador, aún recuerda como su madre dolorida y cansada regresaba cada noche para dejarse caer en el jergón arrumbado a un lado de la cocina y como recuperadas las fuerzas trataba de calentar un sopicaldo donde vaciaba las sobras conseguidas en el mercado.

La madre de Narfi trabajaba confeccionando prendas para una empresa que decían se vendía en el extranjero, unas prendas que su madre nunca podría comprar con las pocas rupias que cobraba al final de su jornada y de las que ni siquiera se le permitía desperdiciar unos centímetros de hilo lo que le supondría una sanción y en el peor de los casos el despido fulminante. Su salario no daba para mucho y a pesar de su interés por alcanzar una mayor producción intentando no distraerse ni para sus necesidades más intimas su capacidad había llegado al límite y sus doce catorce horas de jornada ya resultaban insuficientes para mantener el ritmo de producción impuesto por sus empleadores.

Una noche los padres de Narfi cuchicheaban mientras releían un carta llegada del otro lado del mundo donde su primo les explicaba que en las ciudades europeas las maquinas de lavar,  los televisores y las neveras aparecían abandonados en las calles y como  entre varios amigos habían reparado un coche de los que la gente regala cuando querían un modelo más moderno, la carta incluía una foto donde los tres niñitos de la pareja remitente montaban magnificas bicicletas recuperadas así mismo entre las abandonadas en las calles dejando ver a su espalda su magnífica vivienda con techo de lata y paredes de ladrillo.

Los padres de Narfi estuvieron varias noches titubeando pero al fin se pusieron de
acuerdo, vendieron sus cosas y acudieron  a un  prestamista hasta reunir el dinero necesario para seguir los pasos de sus parientes, en unos meses estarían al otro lado del mar donde la vida les ofrecería las oportunidades  que aquí nunca podrían encontrar,   con este pensamiento se despidieron de su aldea llevándose a los más pequeños mientras dejaban a los mayores al cuidado de los parientes.

No había pasado mucho tiempo y en su nueva vida no le resultaba tan difícil encontrar el sustento necesario, esa tarde  se había parado ante un televisor, las noticias mostraban   la desesperación de los emigrantes detrás de la alambradas tratando de entrar en Europa, también hablaban de ahogamientos y precarios rescates, un llanto amargo lo desbordó y al llegar a casa abrazándose a la muñeca que había sido compañera de viaje de su hija pequeña gritó entre sollozos lo injusto de la situación, aquel cuerpecito de trapo embutido con la arena y el polvo de su aldea amortiguo los lamentos del hombre que clamaba por el fin de la explotación y el expolio para que nadie tuviera que salir de su país. Las caras de sus hijos mayores maltratados al otro lado de la alambrada desencadenaron su rebeldía.


CUANDO LAS MIGAS DE LA MESA DEL  RICO ZABULÓN NO FUERON SUFICIENTES LOS EXCLAVOS SE REVELARON 

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona