Cuando en el siglo veintiuno una anciana muere a causa del
incendio provocado por falta de
electricidad en su vivienda es que los resortes de la sociedad han saltado
hechos añicos, los próceres de nuestras instituciones buscan culpables en la
trinchera enemiga, la empresa suministradora se escuda acogiéndose a falta de
protocolo, los políticos recién llegados
parecen seres de otro planeta aduciendo falta de margen para tomar decisiones,
mientras la ciudadanía en admite sin ningún rubor tener conocimiento de casos
muy parecidos a los que nadie pone nombres y apellidos.
Me llama Emilia la okupa de Can Trias hablando de su barrio de
casitas de planta baja donde se hacia el silencio para que el cobrador de la
luz pasara de largo y dejara el recibo para el mes siguiente, recuerda también
las mil y una artimañas para detener
aquella maldita ruleta que marcaba y marcaba sin compasión ninguna y como la
bombilla de quince vatios nunca se encendía antes de la caída del sol, recuerda
también salvar a una vecina en apuros reuniendo entre todas el importe del
maldito recibo, o como un cable camuflado enganchaba la luz para que una recién
parida pudiera tener infiernillo donde calentar la papilla de su bebé. En aquel
barrio no había pobres, era la misma sociedad la que se debatía en el umbral de
la pobreza como forma natural de vida,
tener agua y luz todo el día era la máxima aspiración de cada mañana,
tener luces en la calle un despilfarro a evitar, pero todo, dice, nos sentíamos
ricos en medio de la precariedad, cualquier vecino tenía cien puertas donde llamar en caso necesario, la
solidaridad era tan natural que nadie la entendía como un valor a destacar y
tan lógica como la propia necesidad de vivir, los momentos de apuro no se
pregonaban, se sabían, la necesidad del vecino era tu propia necesidad y la
alegría del prójimo no era tal hasta que no se compartía con el resto del vecindario,
en aquel barrio no existía el despilfarro, había equidad de medios pero sobraba
dignidad, ahora me dice, cuanto más altos son los edificios más se alejan de la
calle. La muerte de esta anciana es solo un ejemplo hay muchas más muertes por
falta de medios y asistencia pero esas se refugian bajo el marchamo de
bronquitis, diarreas y enfermedades
crónicas.
La sociedad actual a ganado impensables cotas de bienestar
pero ha perdido en valores, ha perdido el calor humano que aflora da la
necesidad de sentirse parte de una comunidad en la que proteger y ser protegido
era una norma, y sobretodo han saltado los plomos de la comunicación creando sistemas
tan sofisticados que pueden cruzar océanos pero nos alejan de nuestro propio barrio
y en muchos casos desconocemos quien es el vecino de nuestro mismo rellano.
PARA ABANZAR MAS RÁPIDO EL DOLOR SE DESPLAZA A LAS CUNETAS
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