miércoles, 23 de noviembre de 2016

CALOR HUMANO, CALOR SOCIAL

Cuando en el siglo veintiuno una anciana muere a causa del incendio  provocado por falta de electricidad en su vivienda es que los resortes de la sociedad han saltado hechos añicos, los próceres de nuestras instituciones buscan culpables en la trinchera enemiga, la empresa suministradora se escuda acogiéndose a falta de protocolo,  los políticos recién llegados parecen seres de otro planeta aduciendo falta de margen para tomar decisiones, mientras la ciudadanía en admite sin ningún rubor tener conocimiento de casos muy parecidos a los que nadie pone nombres y apellidos.

Me llama Emilia la okupa de Can Trias hablando de su barrio de casitas de planta baja donde se hacia el silencio para que el cobrador de la luz pasara de largo y dejara el recibo para el mes siguiente, recuerda también las mil y una artimañas  para detener aquella maldita ruleta que marcaba y marcaba sin compasión ninguna y como la bombilla de quince vatios nunca se encendía antes de la caída del sol, recuerda también salvar a una vecina en apuros reuniendo entre todas el importe del maldito recibo, o como un cable camuflado enganchaba la luz para que una recién parida pudiera tener infiernillo donde calentar la papilla de su bebé. En aquel barrio no había pobres, era la misma sociedad la que se debatía en el umbral de la pobreza como forma natural de vida,  tener agua y luz todo el día era la máxima aspiración de cada mañana, tener luces en la calle un despilfarro a evitar, pero todo, dice, nos sentíamos ricos en medio de la precariedad, cualquier vecino tenía cien puertas  donde llamar en caso necesario, la solidaridad era tan natural que nadie la entendía como un valor a destacar y tan lógica como la propia necesidad de vivir, los momentos de apuro no se pregonaban, se sabían, la necesidad del vecino era tu propia necesidad y la alegría del prójimo no era tal hasta que no se compartía con el resto del vecindario, en aquel barrio no existía el despilfarro, había equidad de medios pero sobraba dignidad, ahora me dice, cuanto más altos son los edificios más se alejan de la calle. La muerte de esta anciana es solo un ejemplo hay muchas más muertes por falta de medios y asistencia pero esas se refugian bajo el marchamo de bronquitis, diarreas y  enfermedades crónicas.

La sociedad actual a ganado impensables cotas de bienestar pero ha perdido en valores, ha perdido el calor humano que aflora da la necesidad de sentirse parte de una comunidad en la que proteger y ser protegido era una norma, y sobretodo han saltado los plomos de la comunicación creando sistemas tan sofisticados que pueden cruzar océanos pero nos alejan de nuestro propio barrio y en muchos casos desconocemos quien es el vecino de nuestro mismo rellano.


PARA ABANZAR  MAS RÁPIDO EL DOLOR SE DESPLAZA A LAS CUNETAS 

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona