Hoy he tenido el primer encuentro con mi sonrisa, ha sido una presentación informal, ella displicente y falta de sentimiento me ha escuchado como quien oye llover sin inmutarse ni cambiar de rictus, la he recordado que tiene que estar orgullosa de haber nacido más guapa y mas coqueta que sus predecesoras aquellas sonrisas de sucedáneo marfileño que lucían nuestros padres y abuelos donde el sonreír era protocolo obligado y no hacerlo o tapándose la boca con la mano era signo de vergüenza, pero nada; no me hace caso y sigue sin intentar una mueca ni mostrar el más leve signo de agradecimiento. No he podido hacerla razonar sobre lo doloroso de su alumbramiento y el sufrimiento que supuso tenerla conmigo, pero ella sigue en sus trece y mantiene su posición intransigente y mezquina mirándome desde su pedestal con aire de suficiencia y altanería más propia de reina en trono de importación.
A pesar de todo no he
podido resistirme; la he cogido en brazos con mucho cuidado como el que coge a
un niño recién nacido pero cuando he querido darle el primer beso me ha hecho la
cobra y con ello me ha provocado un sufrimiento gratuito, en ese momento la hubiera estampando contra la pared pero me
he contenido pensando en las peripecias pasadas
hasta tenerla conmigo, ¡Tanto tiempo!
¡Cuanta Incertidumbre! y cuantas discusiones hasta encontrar el mejor
modo y el sistema más idóneo para su consecución pero… lo intento de nuevo y
otra vez en mis brazos me he olvidado de
su desprecio y por fin nos fundimos en un beso tan profundo que hubieran de
venir con palanca para podernos separar.
Su caminar es ahora pautado, señorial y elegante; propio de
portada de revista de corazón y tan perfecta que no llegaría a desentonar en un
concurso de risas histriónicas. Para romper el hielo la he invitado a comer
espaguetis gratinados salpicados con
carne de pollo que ella ha regado con kétchup según su antigua tradición, tampoco ha hecho ascos a la ensalada con granos
rojos de granada ni al pan de cocción
lenta ni tampoco al postre ni al cafetito que hemos tomado juntos
en mi sillón orejero. Al final no he podido
resistirme a sus encantos y tras un beso apasionado nos hemos dormido
plácidamente compartiendo hasta la salivación y jurándonos amor eterno, a
partir de ahora seremos inseparables.
LA SONRISA ES LA TELONERA DE LA
CARCAJADA
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