San Jordi es el día del consumo compulsivo de libros, es el día en el que se pasea con el libro del pebetero comercial debajo del brazo y con suerte y paciencia además firmado por su autor, es como si el resto del año no hubiera librerías ni forma de adquirir el mismo libro. Yo soy consumidor de libros, libros entre otros que no siempre están de actualidad ni tampoco son de autores demasiado conocidos, en mi modesta biblioteca tengo libros dedicados por autores que nunca llegué a conocer y de los que tan siquiera tenía alguna referencia, son libros conseguidos en el mercado de segunda mano muchos de ellos impolutos y con seguridad libros regalados a terceros a cambio de una rosa o simplemente como cumplimiento de una fiesta tan extendida y arraigada como es Sant Jordi en Cataluña pero que nunca fueron abiertos. Una fiesta a mi entender dirigida y patrocinada por las grandes editoriales en la que los autores son pastoreados y obligados a comparecer en la misma mañana en distintos puntos de venta para la firma de libros en un pugilato ajeno totalmente a la acción cultural quedando relegado el momento a la consecución de un autógrafo sin conocer muchas veces el contenido de la obra expuesta o simplemente por el morbo, la popularidad y publicidad pasajera del autor.
Por mi parte la falta de espacio me obliga de vez en cuando a hacer una limpieza de libros, nunca los llevo al contenedor de papel o al punto verde que señala el Ayuntamiento, mi Sant Jordi particular está en el murete que separa la vieja masía cercana a mi domicilio, allí de vez en cuando instalo y dejo a disposición del viandante una serie de libros distribuidos en el pasamanos que da al paseo Maragall que por su altura y forma es un atril perfecto al paso de la gente, allí los dejo siempre con la idea de que puedan seguirse disfrutando al igual que en su momento lo hizo quien esto escribe.
Puedo asegurar que mi paradeta de libros dura muy poco, hay gente que titubea pensand que aquello tiene truco, otros pretenden pagar a no se sabe quién y los demás después de ojear y dudar miran a su alrededor y en un encogimiento de hombros se alejan sorprendidos de la facilidad del hallazgo. Luego están los reincidentes los que vuelven sobre sus pasos y aún dudando retiran otro ejemplar con cara de haber sobrepasado un cupo imaginario.
Pero últimamente me ha salido competencia, algún vecino ha copiado la idea y últimamente hay alguien que engrosa la oferta aportando de vez en cuando sus ejemplares en este aparador improvisado. Es una gotita mas en bien de la cultura o lo que es mejor, de la lectura no dirigida ni pautada por ninguna editorial. Cuando con alargar la mano la posibilidad de leer te sale al camino es fácil pensar que detrás está la necesidad del saber.
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