Estamos en 1550........
Escurrido de carnes, expropiado en el vestir y desaparejado en el calzar, vista de gato montés, olfato de perdiguero y sonrisa picarona, su día transcurría al merodeo de los pucheros y el atizonamiento de las fogatas de las lavanderas que trabajaban a la orilla del Tormes entre las cuales andaba sobrado de consejos y no pocos manejos haciéndolo clavero de no pocas gateras. Solía llenar la andorga al rebufo de alguna navaja cabritera con que los areneros despachaban el condumio y si no de exquisiteces si de quebrantos que aunque insuficientes para tapar los lamentos de aquel estomago desagradecido que no hacía más que quejarse por la falta de huso y el entelarañamiento de sus oquedades, por lo menos le permitía llegar a las sobras de la taberna donde los acemileros holgaban y no hacían reparo en coscurros, cecinas y jarras que vaciar.
Los barqueros lo tenían de correveidile aguador de cántara y botija, amarrador de maromas y hembreador de fisuras, empleos con los que mal que bien se iba apañando para sortear la dureza del invierno, tiempo en que contaba tantos sabañones como cuentas de rosario y era tanto el empeño en el crecer y la mengua en engordar que más parecía pértiga de arenero que mozo de encomiendas.
En estas se dejó caer por allí quien por no ver se tenía por ciego de nacencia, y entre aspavientos y promesas de un mejor medrar apalabró con el mozo enseñarle cuanto en la vida pudiera serle útil en el arte de mendigar que con holgura le aseguró sería lo bastante para cubrir sus muchas necesidades.
Así anduvieron mozo y maestro por rincones, callejas y parroquias de Salamanca, estudiando ardides y estratagemas para encandilar las mentes y encoger corazones siendo socorridos por gentes principales; doctas en leyes, eclesiásticos leídos en latines, militares de fortuna e hidalgos con palillo tornadizo, que más pareciera destral de tanto morderlo.
Entre las muchas habilidades que el ciego enseñó al zagal estaba la de conocer nombres y títulos de las almas compasivas que solían socorrerlos para mentarlos en voz alta en el momento de los agradecimientos y así anduvieron hasta que el conocido coscorrón contra el toro del puente hizo ver al mozo que en la escuela del ciego no pasara de ser lego. Cabe suponer que entre los más asiduos estaría D. Diego Hurtado de Mendoza, que entre chanza y chanza debió tomar buena nota de cuantas anécdotas le eran desveladas y fue tanta su aplicación y adentramiento en su vocabulario que más bien parece dibujara la escritura, dándonos a la idea de ver aparecer a nuestro zagal en los rincones en los que es descrito con muestra de sus habilidades.
A lo largo de los años la libreta de hule en la que imaginamos fueron escritas las andanzas de este peculiar hijo de la aceña se extendió por todo el mundo y con ella la ciudad de Salamanca se vio tan promocionada como solo la Mancha lo es con El Quijote de Cervantes, seria por tanto obligado que nuestra ciudad estuviera a la altura de estos merecimientos dedicando a D. Diego Hurtado de Mendoza la consideración y el reconocimiento que se merece.
EL ZAGAL SOLO CONSUMÍA FIESTA EL LUNES DE AGUAS
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