Emilia tiene doce años, está delgada, debe ser cosa del mucho trabajo, son las últimas luces del día, con la boca abierta y dejando asomar una lengua insignificante se acerca por tercera vez al charaíz en esa tarde, la maldita tinaja de casa parece no tener fondo, posa en el suelo la cántara y la botija y con extremo cuidado baja el cántaro que lleva en la cabeza, su destreza es notoria cuando coge al vuelo la rodilla que lleva a modo de rodete para asentar mejor el panzudo cacharro.
El Charaíz, vierte un constante caudal que después de servir como fuente y suministro de agua para aquella parte del pueblo, llena hasta rebosar una enorme acequia que sirve de abrevadero, el ganado por instinto y con gran parsimonia tienen allí parada obligatoria al caer la tarde cuando regresan del campo o de las heras.
Casi siempre la hora del acarreo del agua coincidía al oscurecer y diríase que el paso cansino y el ronco sonar de los esquilones que portaban los bueyes marcaban el final de la jornada en aquel pueblo donde todos eran más conocidos por su mote que por el nombre de pila. Emilia como otras muchas mozas procuraba retrasar el último viaje con el fin de coincidir con los mozos que venían del campo,era un rato de esparcimiento después de una jornada dura y agotadora. Los chicos sabían perfectamente que remover el agua equivalía dejar a las reses sin beber, pero así y todo no era raro el día en que en medio de la algarabía algún mozo o moza tenían que ser repescado del fondo de aquel aljibe ante el regocijo de los demás y el cabreo de algún boyero que con la vara en alto amenaza con denunciarlos al concejo.
Aquel día no era de los peores, el trasiego de agua en invierno, suponía tener que romper el hielo de la superficie para que los cántaros se asentaran sin peligro de resbalar y hacerse añicos; ella procuraba llevar siempre guantes, unos guantes de lana que tejían a mano las mujeres en la solana pero muchas de las veces los propios guantes se empapaban de agua, y resultaba peor el remedio la enfermedad. Los dedos se llenaban de sabañones que formando una especie de bogallas que al reventarse se convertían en llagas supurosas que duraban hasta la primavera, los picores al acercarse a la lumbre para calentarse eran inaguantables, D. Aquilino el médico decía que era porque la sangre no corríabien y al calentarse se hacía como mas liquida y corría mas deprisa, y entonces las venas se tenían que estirar por eso picaban tanto, como remedio solo había uno: meter las manos en agua templada con un poco de sal.
Emilia echaba de menos un burrito con aguaderas para llevar los cantaros como disponían algunas mozas del pueblo pero en su casa solo disponían de un par de bueyes, para labrar y así y todo según su padre cualquier día les darían un susto pues ya eran viejos y no podían tirar con tanto trabajo, tendría que haberlos cambiado hacia tiempo pero el campo no daba para más y los tiempos que corrían no barruntaban mejor futuro y es que su padre al igual que los bueyes estaba muy mayor; debía tener como cincuenta años pero parecía un anciano, la faena del campo hera dura y sobre todo cuando los medios son escasos y las bocas son muchas no había manera de salir adelante, mas de una vez le había oído decir que deberían marcharse a la capital pues parecía que los que se habían ido “ respiraban fuerte “ pero él no se decidía pensando que una persona con tan pocos conocimientos acostumbrado siempre al campo y escaso de letras no encontraría acomodo entre los ruidos de la ciudad.
Volviendo de sus pensamientos, dispuso primero la botija debajo del chorro del que a duras penas engullía una parte del caudal que aquel tubo de hierro ya centenario producíasin cesar, ella sentada sobre el pretil jugueteaba de manera inconsciente con la corriente mientras dejaba vagar sus pensamientos.
D. Pedro el maestro les tiene dicho a sus padres que serbia para estudiar pero ella entendía que en su casa todos los brazos eran pocos, y solo faltaría que ella se convirtiera en una señoritinga de esas de ciudad que vienen tan blanquitas en verano, y no saben ni montar en burro ni nada. ¡Claro! por otra parte bien le gustaría lucir aquellas medias de “cristal” que se ponen en los días de la fiesta; y con zapatos nuevos y todo.
El chapoteo de una rana la hace volver de sus ensoñaciones, la cantara estaba saciada y ya hacía tiempo que debería haberla cambiado por el barril ¡Qué pena, con lo bien que se lo estaba pasando imaginándose cosas......procedió al cambio de recipiente de una manera mecánica; apretó bien la corcha de la cántara y dispuso el barril con cuidado de forma que la estrechez de su bocacoincidiera justo debajo del caño.
Instintivamente giró la cabeza, detrás de la higuera que daba sombra y frescor en verano apareció la figura de su hermano Cristino que a estancias de su madre lo había mandado a su encuentro no fuera a ser que algún mozuelo del pueblo la estuviera rondando y como la Emilia era muy ensoñadora cualquier bausán podía engatusarla. Cristino que no abultaba más que un perdigón poco o nada podía hacer por ayudarla en el trasiego de los cantaros pero aparte de acompañarla y espantarle los moscones setomaba muy en serio su papel de hermano evitando que se “distrajera”. Cristino imitaba el tono autoritario del padre recriminando a su hermana estar pensando en lasmusarañas, la Emilia se defendía acusándolo de vago, haragán y maelo, a pesar de todo eran conscientes de que en el fondo se querían a rabiar.
Entre regañinas terminaron de llenar todas las vasijas; al tiempo que iban llegando más zagales y con el mismo cometido de acarrear agua hacían del charaíz su centro de reunión. La Emilia muy a su pesar no podía retrasar más su marcha y con manifiesta desgana se despedía de la pandilla mientras iniciaba el regreso hacia su casa conformando el rodete para la cabeza, y aunque manejaba el cántaro con enorme facilidad siempre había alguna compañera de fatigas que la ayudaba a auparlo, iniciando la marcha pisando sobre las lanchas que conducían hasta su casa con el cántaro en la cabeza, la botija al cuadril y la cántara en la mano libre.
Era el último viaje por aquella tarde, se siente cansada y dolorida por los roces de los cacharros en las ancas, una vez descargada su preciada mercancía se restregó la cadera para aliviar el escozor y lanzando un profundo suspiro; se acomodó en el escaño calculando el tiempo que tardaríanen casa en consumir aquella cantidad de agua que tantos sacrificios y esfuerzos le costaba acarrear.
El aroma de los pucheros pareció hacerla recuperar fuerzas y aun se atrevió a destapar la olla de barro, la lumbre crepitaba haciendo hervir el caldero que colgaba de las llares, con ayuda de las tenazas atizonó el rescoldoaupando las brasas contra las trébedes y con un golpe de fuelle las hizo revivir, en ese momento la voz de su madre surgió desde la despensa a través del ventanuco de la fresquera recordándole que tenía que repasar la lección que le había puesto D. Pedro, para meterle más prisa le gritó más que dijo que últimamente la veía muy holgazana que más parecía pensar en las musarañas que hacerse una mujer de provecho,
La niña buscó el candil de aceite y lo llevó hasta la artesa, donde se acomodó lo mejor que pudo para no perder el calor que de la chimenea y al mismo tiempo poder estudiar sin aquel olor que desprendía el carburo de azufre que tenía su madre y la mareada cuando lo tenía cerca. Un manoseado libro que había sido de sus primos mayores leserbia para “dar” la lección con D. Pedro, un hombre demasiado exigente que no dudaba en emplear la regla cuando hacía falta; pues según él no había mejor manera de enseñar que con el palo en la mano y siempre decía aquello de: La letra con la sangre entra.
Al poco tiempo; sintió chirriar los goznes de la puerta del corral, sin duda era su padre que venía del campo y metía a los animales en la cuadra para apesebrarlos, casi, casi podía contar desde la cocina el ceremonial que estabasiguiendo; pues eran tantos los días en que escuchaba los mismos ruidos que podía incluso adivinar si el ganado estaba más cansado de lo normal, al desuncirlos del carro los animales sin arreos ni coyuntas que los ataran al yugo movían sus poderosos cuellos a derecha e izquierdahaciendo que sus enormes esquilones sonaran con fuerza.El carro empujado ahora por su padre quedaba siempre bajo la tenada y que una vez fijada la pértiga facilitaba refugio nocturno para las gallinas y demás animales del corral.Emilia podía seguir el ir y venir de su padre, he incluso podía adivinar cuando pasaba delante de las pocilgas ya que los cerdos se alborotaban al sentir algún movimiento e insaciables esperaban como siempre algún desperdicio que el hombre trajera del campo.
Al poco el cabeza de familia aparecía por la cocina; con el cansancio reflejado en el rostro y desprendiéndose de la alforja que traía al hombro, se acercaba hasta la artesa que su hija hacía servir de improvisada mesa y cogiendo su cara con ambas manos acercaba su mejilla rasposa y seca hasta depositar los besos más auténticos de que era capazdar un hombre que como él no había recibido muchos en niñez. Emilia podía pasar por cualquier calamidad durante el día pero nunca podría pasarse sin el premio de las caricias de su padre cuando llegaba del campo, ni su padre podía pasarse sin las carantoñas que su hija le propiciaba al tiempo que le dolía tener que sacrificarla en tareas tan poco apropiadas para su edad.
El hombre se deshizo de las abarcas, que dejó junto al fuego y procedió a deshacerse de los vendos que mas parecían harapos, por lo sucios y maltratados que se veían. Sus pantalones de pana competían contra el tiempo yconjuntaban con un chaleco que le servía como escusa para llevar la petaca, el chisquero y algún mondadientes improvisado.
La mujer acudió a la cocina mientras le preguntaba por lo sucedido en la jornada, sin esperar respuesta y agachadapara remover el puchero que hervía en el fuego sorbía con la cuchara de madera para ver confirmar el punto de sal,
mientras su marido que por todo hablar contestaba con un “como siempre” casi, casi sin despegar los labios, dando a entender que el día había sido duro como tantos otros........ La niña se fijaba en sus manos, duras y encallecidas: las uñas, machacadas y llenas de manchas negras debido a los golpes que recibía al manejar los aperos y sobre todo los labios agrietados y secos que su padre tenía siempre. Tomando un poco del contenido de la olla que su mejer le sirvió en una cazuelilla de barro se dispuso a revisar la cuadra para ver si el ganado estaba más tranquilo y hacer una cura a uno de los animales que se había “mancado” al girar contra la biga del carro cuando tuvo que emplear a fondo el ahijón, cosa que evitaba siempre y que cuando lo hacía podría decirse que le dolía más a él que al propio animal.
La madre mientras tanto dispuso la mesa-panera junto al fuego para acomodarlos a todos y esperó a que su marido terminara el avío de las cuadras para vaciar el contenido de la olla de barro en un lebrillo que puso en medio de la mesa, de la artesa y en un fardel de cotón blanco sacó el medio pan que quedaba hasta la próxima llegada del panadero, dispuso también una jarra de vino de la cosecha y alguna fruta que pudo apañar del huerto y…un jarrito de porcelana desportillado con agua de la tinaja.
La Emilia emigró, marchó a Alemania y cuando visitaba el pueblo con sus zapatos nuevos y medias de cristal no podía por menos recordar con nostalgia sus ratos en el charaíz, sus cristalinas aguas y la algarabía del atardecer, pero todo lo hubiera dado por sentir las manos rasposas de su padre y sus besos al final de cada jornada.
J. Hernández.
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