martes, 3 de marzo de 2009

PAN DE LOS ANGELES

Aquellas monjas del Amor de Dios nos conocían sin vernos o eso creíamos nosotros. La verdad es que entrar en aquel zaguán entrañaba un cierto respeto, la clausura se extendía por todo el entorno y entre la penumbra en que estaba y el frío que parecían desprender las paredes te entraba un encanijamiento que ya no sabías si salir corriendo por miedo a que te metieran dentro del convento o ponerte a hacer penitencia por haberle tirado de las trenzas a la vecinita del barrio.

El momento trascendental era cuando una monja al otro lado del torno te saludaba con aquella cantarina voz entonando el Ave María Purísima. Contestar “Sin pecado concebida” significaba casi empezar a decir tus pecados sin poder impedir que unas gotas de pipi mancharan tus pantalones por el acojone que te entraba.

Luego venía lo de invertir lo menos posible para obtener la mayor cantidad de beneficio, las perritas que tintineaban en el bolsillo las recontabas a tientas una y otra vez, ya no sabías si poner la perra chica en el pañuelo podía ser arriesgado, que si empezabas por la perra gorda podía ser un despilfarro mayúsculo. La cosa estaba en observar la inversión que tenía el que te precedía, si con perra chica salía contento, entonces la cosa estaba clara, pero si no salía satisfecho o es que el dinero era poco o que las monjas ese día no tenían recortes; total: una jugada especulativa en toda regla. Yo recuerdo rebuscar las dos perras chicas entre las costuras del bolsillo del pantalón para demostrar que no tenías más, que la perra gorda era síntoma de opulencia. Entonces depositaba la primera perra chica junto con el pañuelo y a partir de ahí y de darle la vuelta al torno empezaba el dialogo.

Primero una santa exclamación por el asqueroso pañuelo que habías depositado, la monjita te lo devolvía sin tocar en medio de santas invocaciones, implorando al cielo otra prenda más decente para tan delicado cometido, tú, extrañado por que antes habías procedido a estirar la albóndiga en que se había convertido el pañuelo, haciendo saltar las cascarrias disecadas que se habían prendido a él, volvías con denodado empeño a reestirar el pañuelo, romo de una de las esquinas (Dicho sea de paso), porque había sido antes pañoleta de camisa, y estirón por aquí y restregón por allá hacías ver a la monja con cara de desconsuelo que no había otra manera de sacar mas partido a aquel trozo de tela tan pulcramente rematado por mi madre y que me había sido entregado inmaculado y limpio esa misma mañana.

Vuelta a girar el torno y exclamaciones de resignación de la monja tornera al ver de nuevo aquel engendro de pañuelo convertido en contenedor de restos de Hostias benditas. La perra chica no parece convencerla y como quien encuentra otra perrita por casualidad, le dices que de la vuelta al torno pues por puro milagro as encontrado la que faltaba.

La salida a la calle es cegadora pues el contraste de luz a duras penas te deja ver el escalón de la entrada y como además vas pendiente de comprobar si tu colación es la misma o aproximada del que salió delante de ti, el tropezón es seguro y el deslumbramiento te puede ocasionar perdida de una parte de tus existencias.

Hechas las pertinentes comparaciones hay que salir corriendo porque están al caer las cinco de la tarde en los Salesianos de San Benito, hora de la bendición, y si llegas tarde ya puedes prepararte para ver el cine de cara a la pared y además como hoy toca en el colegio de los Irlandeses y es una del Gordo y el Flaco hay que espabilar si no quieres pasar frío.

Por el camino he venido echando cuentas y como mi primo Federico se ha aprendido el truco de venir con nosotros cuando mi padre nos da la paga de los domingos, resulta que tenemos que repartir la peseta con él, y entonces a mí como soy más pequeño sólo me dan treinta céntimos cuando ellos se quedan con treinta y cinco; les he dicho que no estoy de acuerdo pero no me hacen caso. Tendré que hablar con mi padre; o mirar de qué manera nos quitamos a mi primo Federico del medio porque yo no estoy dispuesto a continuar así.
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La historia real como la cuento se resolvió añadiendo mi padre cinco céntimos más a la paga, pero de lo que no nos pudimos librar es que mi primo estuviera siempre presente cuando íbamos a ver a mi padre, y ni anticipándonos a la hora prevista logramos darle esquinazo.

Ahora nos reímos recordándolo y quiero que quede constancia para que mis nietos reclamen a los suyos el capital devengado mas los intereses.

Nota: Hasta hace poco tiempo las monjitas seguían vendiendo los recortes y por el mismo sistema y con el mismo torno, y en una charla con la monja tornera me recordó que la imagen de Maria Auxiliadora que se veneraba en la Iglesia de San Benito ahora la tienen en su capilla como recuerdo del que fue colegio de los Salesianos en la calle Compañía.

1 comentario:

  1. evaluacioneso@yahoo.es29 de junio de 2010, 15:57

    Infórmese bien este escudo no pertenece a las religiosas que usted describe. La Congregación del "Amor de Dios", a quienes el escudo les pertenece,se ha dedicaqdo a la Educación de jóvenes y niños ( grandes personalidades han pasado por sus aulas) , residencias universitarias y otras obras sociales pero NUNCA han sido monjas dee clausura.Usted habla de un torno propio de los conventos de clausura que abundantes y ricas joyas tenemos en Salamanca.
    hablo desde el conocimiento de haberme educado en el Colegio de Salamanca.

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona