miércoles, 6 de mayo de 2009

Las fronteras no tienen caretas


El metro a primeras horas está repleto de gente, al fondo del vagón alguien estornuda con fuerza y la estampida produce un efecto de desbandada que sólo las apreturas y el poco espacio consiguen evitar.

Las caras que en un momento se confundieron con el estupor y el miedo empiezan a relajarse cuando el interesado comenta en voz alta que no ha estado en Méjico. Unas sonrisitas mal dibujadas nos dicen que el miedo es libre y que cada uno lleva el que quiere, pero a más de uno maldita la gracia que le hace el comentario y su autor.
Yo colgado de la barra observo a mi alrededor caras y rasgos de todos los colores y procedencias, orientales, hispanos, árabes, magrebíes, latinos... todos formamos un mapamundi increíble en un diminuto vagón de metro que puede ser representativo del resto del mundo. Llego a la conclusión de lo inútil de las fronteras, lo inútil de las barreras físicas, lo inútil de leyes discriminatorias ante un caso como la epidemia que estamos padeciendo.

Siguiendo en mi ostracismo empiezo a valorar si no se está exagerando todo esto, cuando la realidad es que una gripe normal origina más muertes y sobre todo con síntomas más graves que los que parece producir la epidemia actual, ¿no será que hay laboratorios interesados en extender el miedo para vender sus almacenes y fabricar nuevas vacunas? ¿No puede ser que alguna multinacional esté haciendo su agosto? ¿Por qué no puede ser un ensayo que se les ha ido de las manos?

En estas elucubraciones llego a pensar: ¿Cómo es que nadie ha pedido papeles para prestar atención médica en ninguna parte del mundo cuando todos sabemos que salvo España y poco más te piden el dinero por adelantado si quieres ser atendido? ¿No puede ser este un caso práctico de que la medicina tendría que ser un bien universal, ya que dependemos unos de otros? ¿Dónde están las barreras ante un virus o una epidemia? Si el hambre fuera contagiosa ¿la consideraríamos una pandemia? Si para curar esta pandemia fuera necesario vacunar a la población que la produjera ¿pondríamos como ahora todos los medios a nuestro alcance? Si por interés propio todos diríamos que sí ¿por qué primero tiene que definirse como tal? Si porque la muerte por hambre no se puede contagiar ¿es licito dejarlos morir sin atención sanitaria? ¿Tiene que definirse como vacuna una ración de comida?
Sigo colgado de la barra del vagón como chorizo puesto a curar, nadie me impide seguir pensando y dando vueltas a las escenas que se producen a mí alrededor, y sobre todo porque tampoco puedo hacer otra cosa.

Algún personaje de rasgos no definidos me hace pensar: ¿Y si comandos suicidas se inoculasen virus mortales y se extendiesen por todo el mundo sin que nadie los pudiera detectar? ¿Qué armas tendríamos para hacer frente a un enemigo que sólo con estornudar tuviera la posibilidad de contagiar una ciudad? ¿Cómo podemos estar seguros de que las armas tradicionales no están ya caducas ante los nuevos sistemas?

El frenazo del metro me vuelve a la realidad, tengo que bajarme en la parada de Jaime I, zona turística por excelencia, muchos de mis compañeros de viaje se apean conmigo, la escalera mecánica da la sensación de no poder con nuestro peso, pero al fin respiro aire libre.

¿O no tan libre rodeado como estoy de todo tipo de turistas? Como estornude alguno le planto el periódico en la cara al grito de ¡Sálvese quien pueda¡ Me río para mis adentros de la cantidad de tonterías que llega uno a pensar cuando no tiene otra cosa que hacer pero o es que ya voy mayor u otras historias que antes consideraba intranscendentes ahora son primordiales. De todos modos uds. perdonen si les he molestado haciéndoles participes de mis pensamientos. Pero a alguien tenía que contárselo.

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona