miércoles, 25 de noviembre de 2009

MERCEDES BENET MARTINEZ

El traqueteo del tren las tenía medio mareadas, el viaje largo y penoso hasta Barcelona, donde había venido su padre meses antes buscando trabajo y futuro, les había parecido eterno y sumamente esforzado, menos mal que ahora se reunirían con la promesa de no separarse nunca más, pasase lo que pasase.

Su madre, nerviosa, trataba de mantener las maletas junto a ella al tiempo que la niña de cinco años se agarraba de su mano para no perderse entre aquella masa de gente que bajaba del tren, todos cargados con sacos cajas y bultos de todo tipo. Notó que su madre estaba nerviosa, no hacía mas que retorcer las manos presa de un ataque casi de pánico hacia lo desconocido, oteaba sobre el tumulto para ver si reconocía a su marido, la niña atemorizada y miedosa ante tanta gente parecía encogerse sobre sí misma intentando proteger entre las maletas su cuerpecillo, ya de por sí menudo y cansado. Notó en su madre un rictus de temor que aumentaba a medida que pasaba el tiempo y su padre no aparecía para recogerlas.

Lágrimas de miedo aparecieron en las mejillas de aquellas dos mujeres cuando una pareja de la policía armada se les acercó y después del saludo reglamentario les reclamó documentación y libro de familia. El balbuceo de la madre denotó en ella un nerviosismo ya de por sí evidente y la criatura, ante aquella escena para ella desconocida pero amedrentadora, arrancó en un llanto desconsolado que resonó en aquella estación ahora ya vacía y tétrica.

Fueron conducidas hasta el castillo de Montjuic donde les esperaban un jergón de paja y un plato de aluminio, la madre presa ya de pánico y desesperación, clamaba porque avisaran a su marido, pero la indolencia de unos guardias acostumbrados a estas situaciones y una matrona obesa y dura como una roca no hacían más que remitirlas al jergón de paja y a guardar la fila a la hora del rancho cuartelero que debían compartir con el resto de gente hacinada como ellas en espera del tren que los devolvería a su lugar de origen.

La madre, desesperada, imploraba casi de rodillas que la dejaran llamar por teléfono a una conocida del pueblo para dar con su marido, mientras la niña lloraba con desconsuelo viendo a su madre hundida, indefensa y frágil, al final se unió a su llanto agarrada a la falda. Alguien decidió quitárselas del medio y dio orden a un guardia de que acompañase a la madre hasta un teléfono público. La llamada fue desesperada, al otro lado no entendían bien y las pocas pesetas que le quedaban a la buena mujer fueron engullidas por aquel maldito aparato, del que solo pudo dejar claro que estaban en el castillo de Montjuic y que buscaran a su marido.

A la mañana siguiente incrédulo y desesperado el hombre estaba a la puerta de aquella fortaleza batida por todos los vientos para recoger a las dos criaturas que tratadas como prisioneras habían estado a punto de ser enviadas de nuevo a su lugar de origen perdida la esperanza de encontrase y la ilusión por una nueva vida. Es de suponer que la bajada de la montaña debió ser épica, abrazados hasta la asfixia y tratando de desahogar sus corazones para vaciar su desdicha y la mala entrada en una Cataluña que se las prometía tan felices.

Estas situaciones se dieron en la Barcelona por los años cincuenta (Tiempo del muy ponderado congreso Eucarístico), la gente que venía de otras poblaciones sin familia que respondiera por ellos eran conducidos al castillo de Montjuic hasta completar vagones de tren con destino a su lugar de partida.

El nombre del personaje que encabeza esta historia es real, se trata de la niña que entonces tenía 5 años y que me autorizó a publicarlo para dar fe de lo que otros daban por sucedido a terceras personas en uno de los coloquios celebrados con motivo del cincuenta aniversario del Centro Castellano y Leonés.

A mí me costó trabajo entender que dentro de lo que denominábamos patria se hubieran producido estas situaciones con el régimen dictatorial de la época, situaciones que ahora mismo nos sensibilizan cuando se aplican a emigrantes sin papeles venidos de otras latitudes.

Tomé nota de este hecho para mí desconocido y casi imposible de creer, pero la historia deja de ser leyenda cuando se escribe en primera persona.

2 comentarios:

  1. te podría explicar el caso de un compañero de trabajo que tuve,antonio torralba, murciano, que me explicaba lo mismo y cuando lo devolvieron a murcia, logró escaparse del tren en tarragona y allí tomó el siguiente tren a barcelona y le compró por 50 pesetas la maleta y la gabardina a un viajante y así pudo pasar el control.
    hoy en día vuelven a coger otra patera, la diferencia es que se juegan la vida por segunda vez.

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  2. Cantó el cuco la hora

    La que sería la última

    En la última noche

    La que fuera primera

    En la costa de la ausencia

    Cuando el cinto violó

    El último vacío

    Del estomago encogido

    Al grito del puchero

    Donde hervían el hueso y el desafío

    A la puerta del único adiós

    La tímida esperanza

    De una maleta cargada de hambre

    Atrapando la lágrima

    En el pañuelo emigrante

    Aquellas otras lágrimas quedan

    Entre las manos sobre la mesa

    para alimentar la miseria

    pan del silencio

    con la mirada en el horizonte

    de todos los cielos

    haciendo aún más inmenso

    el mar que está un paso adelante

    por delante de la encía vacía.

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    Pablo Juan Chelmick ©

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona