Pequeño autobús que sale de Horta hasta el vecino barrio de Gracia atravesando la montaña por los empinados toboganes que cruzan el Carmelo; 8¨30 de la mañana, un pasaje de niños, madres camino del trabajo remunerado, mileuristas con destinos inciertos y pensionistas en comisión de servicio acompañando a sus nietos. El pequeño autobús ni siquiera resopla cuando se le carga en exceso y tampoco protesta cuando en el último momento alguien se empeña en subir y el pasaje se comprime como una esponja absorbente.
Los bolsos de las amas de casa se convierten en cajas de resonancia, los teléfonos móviles parecen despertar unos a otros; pluriempleadas en ejercicio y madres por obligación no dejan de ejercer estando camino de su trabajo, es la hora de los imprevistos, niños que no encuentran la camiseta del cole, bocadillos que no aparecen en la mochila del aprendiz de lo que salga, ruegos a la madre para esquivar la intransigencia del padre y petición de la niña para que al salir del trabajo la deje pasarse un rato con los amigos.
Todo cabe en este cajón de sastre que se mueve sobre ruedas, manos agrietadas de las señoras dedicadas a limpieza por horas, oficinistas expertas en el manejo de las últimas tecnologías, dependientas que terminan de acicalarse en el vehículo en marcha, estudiantes que sufren por inminentes exámenes y malogrados funcionarios haciendo cuentas de la merma de sus sueldos. Todo se transmite en voz alta nada se deja a la confidencialidad y todo el mundo queda obligado a dar su opinión.
Es el mini autobús de las 8´30 un autobús peculiar e irrepetible, barómetro de un mundo trabajador y honrado, nacido para obedecer con la única aspiración de salir adelante y sin más consuelo que un fin de semana tranquilo y sin obligaciones horarias, personajes exprimidos de una sociedad inmersa en hipotecas y préstamos de los de tapar agujeros, que aguantaron el hundimiento de su barrio sin que nadie les explicase quien decidió lo del túnel fantasma, que aguantan los desfalcos multimillonarios que mutilan los presupuestos de la administración autonómica, que observan con estupor el despilfarro en la publicidad de proyectos descerebrados, esos mismos contribuyentes a los que ahora se les dice que su trabajo no es tan seguro y de cuyo beneficio le van a restar un tanto por ciento porque hay que ser solidarios con los Penafletas, los Millet y los Alavedra de turno, ésos a los que se les mentaliza que como el estómago no tiene ventanas da igual lo que le den de comer pero que no dejen de pagar al banco.
Autobús 87 que veo alejarse camino de la gran ciudad, qué malos gestores debemos tener cuando no son capaces de dar sosiego y seguridad, qué malos gobernantes debemos padecer cuando les pagamos como reyes y nos tratan como esclavos, qué malos administradores deben ser cuando con uno de sus sueldos se pagarían las necesidades de los usuarios de más de diez de estos autobuses, qué ingratos deben ser cuando encima nos dicen que somos culpables por haber vivido por encima de nuestras posibilidades.
Hay momentos en que pienso que este autobús algún día perderá los frenos de la conciencia cívica y lanzado y sin control alguien lamentará no haberlo tomado en serio cuando ya sea demasiado tarde.
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