miércoles, 23 de junio de 2010

SABATER, EL ULTIMO IDEALISTA

El relente de la noche pone fin a una de las últimas tertulias del viejo barrio del Buen Pastor. El Sabater,  contertuliano vocacional, se resiste a dar por terminada aquella reunión de sillas de anea y sillones de mimbre; los cojines de cretona le amparan los riñones pero su mujer cansada y vencida por el sueño no hace más que cabecear rendida al ronroneo de las conversaciones y al momento, dando un respingo, tira de su marido como si de arrancar una muela a la calle se tratara.

El barrio se está transformando, Sabater dice que los vecinos se han vendido al plato de lentejas de la especulación, él trató de oponerse con todas sus fuerzas argumentando y tratando de que la gente valorara las luchas mantenidas hasta conseguir aquellas casitas humildes, sí, pero amasadas con sudor y no pocos sobresaltos que sólo la camaradería consiguió sacar adelante; pero la gente joven venida al barrio más recientemente sólo entiende de comodidades, aires acondicionados y cocinas inducidas.  ¡Cuánto echará de menos las  plácidas noches a la puerta de casa con el botijo o el porrón al alcance de la  mano y, si llegara al caso, una sandia o un tomate “requisados” de algún carro del vecino mercado!
 
El viejo luchador de la CNT, que del culto a la amistad hace su forma de vivir, repite una y otra vez que si los de su quinta no hubieran ido desapareciendo allí no habría entrado la piqueta “Ni pa Dios”, los que fueron capaces de transformar las fábricas de la barriada en otras de armamento para la guerra,  preparar un comedor comunitario en la propia iglesia y hacer del campo de fútbol una huerta,  los que ni siquiera pasada la guerra dejaron de reunirse en asamblea de forma clandestina habrían hecho causa común para salvar la independencia que supone vivir a ras de suelo.

Tampoco ahora había un Mossen Cortina con el que discutía de religión, pero que sacaba la cara por ellos allí donde hiciera falta con tal de que el barrio siguiera adelante, el mismo que lo rebautizó con el nombre de Buen Pastor porque el antiguo nombre  de Casas Baratas estaba ligado al de marginación y delincuencia, aquel Mossen emprendedor que montó guardería en la Iglesia para que las mujeres pudieran trabajar o que se entrevistó con el entonces obispo Modrego para sacarle las 100.000 pesetas prometidas pero que nunca llegaban.

Este barrio vendido por el ayuntamiento de Santa Coloma al de Barcelona por quinientas mil pesetas, donde las escuelas tuvieron que construirse con el dinero proveniente de rifas,  sorteos y partidos benéficos  y donde el popular Padre Botella puso en marcha la recogida masiva  de botellas de vidrio para revenderlas, es ahora plato goloso para la construcción. Los vecinos a cambio de sus casitas de planta baja serán realojados en pisos de nueva construcción, y aquí Sabater alza la voz para pregonar el engaño de perder la seguridad del suelo para quedar colgado como un canario a varios metros de altura.

Maldice el buen hombre su falta de fuerzas y la perdida de aquellos Cenetistas que consiguieron construir con materiales reciclados la pasarela peatonal que cruzaba el río Besós para atajar hasta Santa Coloma; maldice al tiempo que pide que su casa sea la última en ser derribada, maldice con toda la rabia de que es capaz que las nuevas construcciones se traguen la historia de las  luchas sociales que mantuvieron para conseguir  derechos primarios como era la educación, la sanidad y sobre todo la dignidad.

Maldice en definitiva que el dinero sea capaz de sacarlo de la casa que construyó con sus manos en medio de un barrizal que nadie quería y por la que lucharon con la idea de ser capaces de autogobernarse, pero que ahora nadie valora los principios de libertad y  fraternidad.

Cuando El Sabater  echa el tranco a su puerta es como si cerrara un libro del que no se quiere llegar al final pero del que al mismo tiempo nadie quiere desprenderse atesorándolo en el anaquel de los recuerdos.
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El barrio del Buen Pastor ubicado a la orilla del río Besós en el límite con Santa Coloma de Gramanet se transforma, hasta allí ha llegado el metro, cosa impensable hasta no hace mucho, y muy cerca se construye la estación de la Sagrera, sus casitas de planta baja, precarias y llenas de humedades, desaparecen bajo las grandes excavadoras. La historia de este núcleo de luchadores desaparecerá con ellas pasando  formar parte de la historia de los nostálgicos.
 El personaje de Sabater es, por supuesto, inventado por el autor.

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Este soy yo

Hace ya muchos años que las circunstancias me hicieron dejar Salamanca por motivos profesionales, instalándome en Barcelona. Añoro mis raíces y cuando vuelvo pueden encontrarme paseando solitario a primera hora de la mañana por las calles que tanta cultura han acogido. Salamanca sigue presente en mí.
Siempre he sentido la necesidad de comunicar mis sentimientos, por si lo que a mí me parece interesante a alguien le pareciera útil.
Joaquín Hernández
Salamanca/Barcelona