La sopa castellana sigue siendo mi preferida y para mi sorpresa es ya la de la familia, servida en cazuela de barro con huevo batido, tomillo, laurel, cominos, ajitos fritos, hierbabuena, tocinillos, taquitos de jamón, churrusquitos de pan y su punto de sal y pimentón, humeante hasta quemar y cantidad para repetir.
Ésta es la sopa de las reuniones familiares, es también la sopa que invita a preguntar, es la receta de la abuela Carmen como lo son también sus croquetas y el pollo relleno. Mis nietas preguntan, se extrañan de que antes que su abuelo hubiera otras abuelas que enseñaran a su abuela a cocinar. Preguntan, indagan y quieren saber y la bendita sopa castellana abre interrogantes, siembra curiosidades y permite en una sobremesa hablar a tus hijos y nietas de un pueblecito remoto que se llama Santiz, de una niña que salió muy joven a servir a la gran ciudad y de una vida dura y esforzada igual que las que ellas ven en la televisión de mundos que parecen tan lejanos pero que estuvieron tan cerca de nosotros.
La bendita sopa sigue extendiendo sus aromas, al tiempo que se extiende el nombre de la abuela Carmen a todo el que se interesa por su receta, y en el fondo uno bendice que a través de ella alguien pregunte por la que llamaban cariñosamente “La Charrita”, la que me dio el ser; sin necesidad de provocarlo, y cuando ya entrados en materia me permiten explayarme, me doy cuenta que mi madre fue como su propia sopa, sencilla, proporcionada, hogareña, aglutinadora y chispeante.
Ahora cuando las cazuelas de barro salen a la mesa y todo el mundo reconoce por el olor que la sopa de la bisabuela preside la reunión yo me pregunto si mis nietas algún día también hablarán a sus hijos de una niña de un pueblo llamado Santiz provincia de Salamanca...
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