Día limpio, azul, el pasto es compartido por las torcaces y una bandada de gorriones que disputan su palmo de terreno; algunas esquilas suenan a lo lejos y no mucho mas allá las cigüeñas, okupas profesionales de las espadañas vecinas, buscan entre el lodo de las charcas la comida del día, una pareja de halcones merodean por la dehesa esperando su ocasión y algo mas lejos un rebaño de ovejas triscan a la vera de las angarillas.
El silbido de un vaquero pone en alerta a nuestro personaje, la extensión de la que se siente dueño le hace estar tranquilo rodeado de sus hermanos, es un hermoso animal de piel lustrosa y anchos costillares, sus cuatro años en la finca le han hecho sentirse protagonista; en algún momento se le vio encampanado para defender su primacía y nadie ni nada le hacen doblar la testuz en lo que él considera su territorio. Hoy el día no le ha gustado, hace días merodea por allí gente extraña, para él desconocida, que le ha hecho mantenerse en guardia, está inquieto y eso lo notan los pastores cuando tratan de apartarlo de la manada, las empalizadas se suceden obligándole a transitar por estrechos corredores, una serie de aguijonazos le hacen adentrarse en un cajón imposible y poco después no acierta a comprender por qué su entorno tranquilo y apacible se va alejando mientras el sólo puede verlo por un tragaluz diminuto.
Lo dejan salir después de pasar sed y calor durante muchas horas y cuando espera encontrarse otra vez en su ambiente y en sus prados le lanzan una maroma al cuello; alguien tira de los extremos, es noche cerrada, no entiende nada, lo llevan atado sin posibilidad de defenderse hasta un poste entre la algarabía de la gente que con gritos histéricos celebran el enmaromamiento. Allí lo sujetan de forma traicionera en lo que pudiera parecer un yugo de castigo, varios hombres manipulan a su alrededor, le aplican teas encendidas en los cuernos y al fin cuando las teas están bien fijadas lo sueltan del poste al que tan salvajemente lo fijaron, los intentos desesperados por desasirse de las antorchas hacen que se golpee contra todo lo que se pone por delante, el alquitrán que impregna aquellas antorchas chorrea hirviendo, los goterones le queman los ojos, el escozor lo va dejando ciego, la angustia y la desesperación parecen volverlo loco y esto hace que golpee una y otra vez contra la barrera de gente que lo llama para disfrutar de cerca de su sufrimiento, el animal ya no sabe, ya no ve, la soga sigue sujeta a su cuello el público tira de ella a su antojo para recrearse mas en la impotencia del animal por ser libre, la algarabía sigue rodeándole en un disfrute supremo ante un animal que sufre y al que golpean sin miramientos, se le humilla sin ocasión de defenderse, la gente se enardece cuando el toro cansado y desfallecido acepta su derrota. En este momento los héroes se lanzan a la arena reclamando el aplauso de sus conciudadanos por haber conseguido dejar ciego y mutilado a un animal que no tuvo ocasión de demostrar su bravura.
Nuestro personaje quedará ciego de dolor por las quemaduras y las llagas de los ojos resultarán espeluznantes, pero un grupo de personas habrá disfrutado al amparo de una disposición que dice que a los animales no hay que hacerlos sufrir y sobre todo no deben morir a la vista del publico, tampoco hace ascos a que los niños estén presentes ya que esto ayudará a que se identifiquen mas con las tradiciones catalanas.
ESTOS SON LOS CORREBOUS, muy arraigados en las fiestas tradicionales de la Cataluña sur y que el parlamento de esta comunidad no se atreve a prohibir argumentando que el animal no muere en la plaza y que forman parte de la cultura del pueblo. La política catalana ha caído en el bajonazo traicionero, hay que borrar símbolos cueste lo que cueste y sobre todo hay que distraer a la gente para que se olvide de las financiaciones irregulares.
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